Un discurso sin emoción, soso, y todo, menos vibrante, fue el pronunciado hace unas horas por el presidente Andrés Manuel López Obrador

a propósito de su cuarto informe de gobierno. Y contra lo que suponía una oportunidad para reencender el ánimo del país en un tiempo difícil por fenómenos como la elevada carestía de la vida, el embate criminal observado hace unos días en varios estados y ciudades del país, el colapso de los servicios de salud, las cuestionadas obras emblemáticas del sexenio -con un AIFA aun sin despegar y una refinería con costos que según el mismo presidente ya rompieron los estimados en el 2019-, entre otros dramas nacionales, el jefe del Ejecutivo federal ratificó sus recetas ya de sobra conocidas, con la consabida fórmula apologética de los pobres, quizá uno de sus pocos refugios políticos, todavía . Pero, además, y esto quizá pueda ser peor, se vio a un presidente desgastado por el peso de la presidencia de un país, cuya economía -según admitió esta vez- se cayó por las adversidades de la pandemia del coronavirus y más recientemente por la guerra rusa contra Ucrania. Antes que un discurso que proyectara energía y rumbo, pareció el discurso del ocaso, incluso con frases repetidas sobre el término de su gobierno en 25 meses. Puso en claro que “al garantizarse, cuando menos -sí, dijo, “cuando menos”- lo básico, se ha mantenido la paz y ha permanecido encendida la llama de la esperanza”. Una paz, sin duda quebrantada muchas veces por el crimen organizado y bajo amenaza constante, y una esperanza eclipsada para millones de mexicanos, cuyas vidas atraviesan por numerosos dramas cotidianos, y sin un futuro claro.  

A López Obrador, siempre tan sonriente en sus conferencias matutinas, se le vio esta vez -insisto- incluso un tanto encorvado y leyendo el discurso. Sus arengas finales tampoco entusiasmaron a sus oyentes en el Palacio Nacional, que a lo largo del discurso presidencial si acaso chocaron las palmas una sola vez en los 50 minutos en que se liquidó el ritual, lejos esta vez de constituir el también ya fenecido “Día del Presidente”. Un detalle más, López Obrador bamboleó continuamente a lo largo de su presentación sobre uno y otro pie en una expresión de cansancio, pero también de impaciencia y aún incomodidad con las obligaciones del primer día de septiembre. La percepción de agobio fue más que evidente y el discurso ratificó esa proyección.

Ante las dificultades enfrentadas durante su gobierno, agravadas por su talante predominantemente rijoso, López Obrador tuvo sin remedio que echar mano del enfoque social de su gestión, sin intermediarios. Admitió de hecho que se enfrentaron los grandes desafíos de la pandemia -ya no algo que haya caído como anillo al dedo- y la crisis económica que se precipitó con su infausta llegada. Admitió que aun sin crecimiento económico, hay una mejor distribución del ingreso y se ha logrado aminorar la desigualdad y la pobreza. Este enfoque positivo sin duda supone convidar a más personas del pastel, así sea en trozos cada vez más pequeños, pero a la larga también plantea el peligro de que de manera creciente el pastel resulte más pequeño y aún inexistente en algún momento para repartir ante la ausencia de un pastel mayor o de muchos más pasteles. Nadie duda de las buenas intenciones, pero sin crecimiento, todos estaremos más pobres en algún momento y ese es el riesgo de este enfoque, que debería combinarse con medidas de producción, estímulo y progreso. Después de todo, no se puede repartir lo que no existe o esté al alcance de un número mayor de personas. ¿Qué podría repartir un padre, por ejemplo, si carece de formas de vida productivas? Nos comemos el pastel que tenemos a la vista, aun si éste es ajeno ¿y luego? Incluso si esta fórmula pudiera aminorar la pobreza, la desigualdad y aun el hambre, sería por un tiempo breve. Se requieren fórmulas que alienten la organización, la producción y el reparto de bienes nuevos y aun sustentables en el tiempo. Esto es quizá el mayor peligro de un enfoque asistencialista y parasitario, pero sobre todo subyugante para las personas y ciudadanos.

Aun con las cifras del discurso presidencial, resulta contradictoria la defensa de una disminución de la desigualdad. Dijo López Obrador que se bajó a 16 veces la desigualdad entre los más ricos y los más pobres. En 2018, argumentó, los ricos ganaban 18 veces más que los pobres. Pero en 2020, presumió, los ricos sólo ganan 16 veces más que los pobres, sin que éstos hayan dejado o estén en vías de dejar de ser pobres. Vaya cuentas. Es probable entonces que en un tiempo futuro, los ricos sean tan pobres como los pobres. ¿De eso trata la 4t? Sería mejor que los pobres avanzaran para hacerse menos pobres y/o más ricos, y no que los ricos fueran cada vez más pobres, o menos ricos. Pero crear riqueza requiere un trabajo más laborioso e intensivo, que parece reñido con las políticas públicas en boga. Después de todo es más simple y políticamente muy lucrativo atacar y repudiar la riqueza que generarla y luchar por ella. ¿O no? Defender a los pobres es sin duda un vestido que luce, y mucho más si se hace a costa de los malvados que se empeñan en hacer, generar o crear riqueza. Se requieren un estado fuerte, un cumplimiento cabal de las leyes, instituciones sólidas que equilibren, amortigüen y ayuden a reducir las desigualdades económicas, sociales, culturales, educativas y aun las vulnerabilidades que derivan de estas causas, el crimen entre ellas. No será acabando o impidiendo la formación de riqueza cómo un país puede transformarse en uno mejor, y mucho menos explotando estas diferencias con fines políticos esencialmente.

Me cuentan que algo raro, que despide un olor fraudulento, está ocurriendo con los rotarios de Hidalgo, al menos en dos de ellos, el de Pachuca y el de Satélite de Mineral de la Reforma. Señalan como presuntos responsables de estas posibles malas prácticas a la socia Laura Anaya Vázquez y Dámaso Daniel Juárez Pérez, éste último presidente del Club en Mineral de la Reforma. A Anaya Vázquez se le señala como practicante de discriminación y engaño en perjuicio de Mario Alberto Espinosa Vidal, y el segundo caso, en algo que podría constituir un fraude por el pago de cuotas y/o inscripciones no reportadas. En consecuencia y en atención de estos presuntos abusos, no estaría de más que el gobernador 2022-23 del Distrito 4170, Ulises Vidaña Gómez-Deses, prestara atención a esto, que de confirmarse causaría un daño a la reputación de una institución como el Rotary International.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1