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A través del libro "Música del diablo. Imaginarios, dramas sociales y ritualidades en la escena metalera de la Ciudad de México", el antropólogo Stephen Castillo Bernal analiza las prácticas, ritos y símbolos del heavy metal en esta ciudad.

El volumen, que permite acercarse a la identidad cultural de los seguidores de este género musical, será presentado el próximo viernes dentro de la XXXVII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería (FILPM).

La presentación del libro se realizará en la Sala Filomeno Mata del recinto con la participación de Francisco de la Peña, investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH); Luz Olivia Domínguez Prieto, maestra en Antropología Social por la ENAH, y el autor.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el heavy metal se caracteriza por su espíritu contestatario y rebelde contra los dogmas políticos, religiosos y sociales, manifestado en sus letras y en sus estridentes ritmos.

Editada por el INAH, la obra de Stephen Castillo explica que esta corriente sonora surgida en la década de los años 70 del siglo pasado, abreva del rock, el blues y el jazz.

Asimismo, comparte una serie de prácticas como el slam (baile de confrontación), el headbanging (sacudir la cabeza al ritmo de la música), y el stage diving (vuelo sobre los asistentes), rituales como el saludo con la mano cornuta o cuernos de rock, y formas simbólicas como el corpse paint en el Black Metal (maquillaje en blanco y negro para acentuar la imagen de maldad y misantropía).

Para obtener su doctorado en antropología social, el arqueólogo de formación aborda la cultura de los adeptos al género desde sus anclajes simbólicos, referentes imaginarios y sus procesos rituales e identitarios.

Su interés es "demostrar que las representaciones de los metaleros evidencian la crisis de la modernidad. Por ejemplo, el diablo, casi siempre vinculado con este ritmo, sólo existe como símbolo del paroxismo que las sociedades contemporáneas viven. Esta música y todo lo que representa son un grito contestatario ante la uniformidad cultural".

También "busco derrumbar el estigma que se tiene sobre el metalero: un sujeto peligroso o escoria social. En realidad muchos seguidores de este género son personas productivas, aportan a la economía, tienen familia y profesiones".

A decir del investigador, el volumen plantea dos premisas y la primera propone que los imaginarios sociales reflejan miedos y limitaciones de los sujetos, quienes alivian su existencia mediante manifestaciones como el metal music y la creación de códigos identitarios (la muerte, lo profano, la violencia, lo prohibido).

La segunda, añadió, se refiere a la liberación de la catarsis humana a través de prácticas como el slam y las representaciones teatrales en los conciertos.

El libro presenta una panorámica de los debates teórico-conceptuales sobre la problemática de lo imaginario en las ciencias sociales y la antropología.

El capítulo "La estructuración de los imaginarios sociales. Entre el dominio subjetivo y racional" plantea la atmósfera mental y colectiva de fantasmas, figuras, mitos y símbolos que dirigen la acción de los sujetos participantes de esta música.

En "Actores globales y actores locales. Especificidades del heavy metal y su impacto en la Ciudad de México", el autor aborda la historia del rock metal y sus corrientes, además ofrece un análisis del desarrollo y asimilación de este género en la urbe.

Aquí define la estructura, los temas y la ideología musical de las distintas corrientes: el glam metal de bandas como Twisted Sister; el thrash de los años 80 con Metallica o Exodus; el death de Cannibal Corpse, amén de la influencia de Chuck Schuldiner (considerado el "padre" de esta corriente sonora) en el género, así como la música mexicana de las últimas décadas del siglo XX a la fecha.

Después vienen los capítulos "Formas simbólicas metaleras: elementos de ‘anclaje’ de comunidades alternas" y "Dramas y gestos rituales metaleros. El caso de los conciertos", en este último aborda la dinámica de las tocadas metaleras en vivo, las comunidades y sus dimensiones performativas, simbólicas, rituales y gestuales: el headbanging, el slam y el stage diving.

De igual forma, se refiere a la estética del metalero, que en teoría consiste en vestir de negro; se distingue con una playera con el logotipo de alguna de sus bandas preferidas; incluso hay seguidores del black metal que asisten a algún concierto utilizando el corpse paint.

"Se le tacha de satánico o violento, pero el metalero representa la otredad: genera un choque o ruptura con otras personas, debido a que algunas corrientes, como el thrash o el death metal, ejercen una fuerte crítica social contra los abusos del poder", puntualizó el investigador.