Ciudad de México, México, 1 de diciembre de 2025 ::: La Unidad de Vinculación Artística (UVA), perteneciente

al Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT), es un espacio de educación artística no formal. Más que eso, la UVA es un centro de aprendizaje que crea ciudadanía y comunidad, mejorando las vidas de los vecinos de los barrios cercanos.

 Este espacio ha sido sede de multiplicidad de sus talleres, desde áreas esperables como la escritura o la pintura hasta áreas inusitadas como el standup, voguing, pilates, la escultura textil o el arte urbano.
“Las personas no necesariamente vienen a tomar un taller porque quieren aprender algo, sino porque están solas o enojadas, y aquí quieren desahogarse”, explicó Diana Eréndira Reséndiz, actual coordinadora de la UVA. Esta reveladora confesión encapsula lo que este espacio universitario ha logrado en sus primeros 15 años: convertirse en un refugio donde el arte es apenas el pretexto para algo mucho más profundo.
El próximo 5 de diciembre a las 18 horas, la UVA, del CCUT, presentará el libro digital El impacto de la educación no formal en las artes: XV años de la Unidad de Vinculación Artística, que celebra tres lustros de su labor en pro de la educación artística de todas las personas. La presentación cierra su ciclo pedagógico número 30 y las actividades de celebración. El libro, escrito colectivamente, reúne 20 testimonios de quienes han transitado por este espacio. Entre las voces seleccionadas destaca la de Sarita, de 88 años, junto a talleristas históricos, excoordinadoras y estudiantes que narran cómo este proyecto ha marcado sus trayectorias vitales. La presentación se realizará en la UVA, con entrada libre.
La historia de la UVA comenzó en septiembre de 2010, cuando Ignacio Plá inauguró el espacio con 38 talleres para 356 alumnos, en el edificio que anteriormente albergó el Centro de Desarrollo Infantil Rosario Castellanos para hijos de trabajadores de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Cuando Yuridia Rangel asumió la coordinación a mediados de 2012, se encontró con un proyecto enfocado en talleres vanguardistas de arte contemporáneo, pensados esencialmente para artistas.“Sí fue como un parto muy doloroso”, reconoció sobre aquella transición inicial, marcada por la resistencia de algunos talleristas hacia su gestión. Sin embargo, ese dolor se transformó en aprendizaje: a través de encuestas y trabajo de campo, descubrió que la comunidad cercana, vecinos de Tlatelolco, residentes del Estado de México, familias de colonias como Tepito y Guerrero, buscaba algo distinto. La respuesta fue contundente. En 2013, Rangel lanzó la primera convocatoria pública para talleristas: llegaron casi mil 500 propuestas.
“Fue una verdadera locura”, recordó. Aquella avalancha reveló tanto el hambre de enseñar de la comunidad artística como sus necesidades económicas. Pero sobre todo, marcó un viraje definitivo: los talleres se convertirían en puentes hacia la comunidad.
“El propósito es llegar a tocar los corazones de las personas y cambiar su entorno”, reflexionó Rangel al recordar casos que la marcaron profundamente: como el niño que comenzó en danza infantil y terminó audicionando para El lago de los cisnes en el CEDART.
En 2018, Magdala López asumió la coordinación con una visión clara: horizontalizar las decisiones y abrir radicalmente las puertas. Ese mismo año se inauguró la Biblioteca Alaíde Foppa, la primera biblioteca pública no académica de la UNAM, construida con donaciones y concebida como un espacio de puertas abiertas donde cualquiera puede solicitar libros en préstamo. “Se volvió un espacio total de puertas abiertas”, señaló.
Pero el mayor desafío llegó en 2020: con mil 500 estudiantes inscritos y un programa de festejos preparado para el décimo aniversario, la pandemia lo trastocó todo. Diana Eréndira Reséndiz, quien inició como secretaria académica en 2018 y asumió la coordinación en 2023, heredó la tarea titánica de resucitar el espacio.
“A partir de la pandemia, volvió a nacer la UVA”, explicó. La analogía no es casual: empezaron de nuevo con pocas personas en lo virtual, reconstruyendo pacientemente el tejido comunitario que parecía disolverse en las pantallas. Hoy, ese esfuerzo ha rendido frutos: con mil 320 estudiantes y 91 talleres en el Ciclo 30, la UVA alcanza nuevamente su capacidad histórica, el mismo punto máximo que tuvo en 2017.
Pero Reséndiz no se conforma con recuperar números. Su visión para los siguientes años apunta hacia territorios más complejos: la mediación de conflictos, la salud mental y la construcción de paz desde lo cotidiano.
El próximo ciclo, titulado “Mentes Sanas, Seres en Paz”, trabajará con los talleristas herramientas para la paz y primeros auxilios psicológicos, respondiendo a una crisis de salud mental que excede a la UNAM y que, según la OMS, posiciona a la depresión como el mayor problema sanitario del futuro inmediato.
“Somos también una comunidad incluyente”, enfatizó Reséndiz, describiendo alianzas con organizaciones que permiten ofrecer talleres sin costo a personas en situación de calle, recién liberadas o de la comunidad LGBTIQ+. El desafío, admitió con franqueza, es que la propia comunidad acepte esta diversidad radical: “Nos cuesta aceptar a alguien que no es como yo”.
Quince años después, la UVA ha comprobado que el arte no sólo enseña técnicas: transforma existencias, sana heridas, construye paz.