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El escritor español Arturo Pérez-Reverte recorre en su nueva novela "El francotirador impaciente", el inexplorado mundo del grafiti, la persecución a sus autores, su distancia con el arte, pero también historias humanas de sus autores.



En un encuentro con periodistas, el escritor aclaró que la obra (Editorial Alfaguara) que sale este miércoles a la venta "no trata de glorificar, ni atacar, ni defender al grafiti", del que cree incluye "vandalismo, afea ciudades, pero es un mundo interesante".

La especialista en arte urbano, Alejandra Varela, recibe el encargo de encontrar a "Sniper" el más importante líder grafitero, pero al que nadie le conoce el rostro, al que busca por diferentes ciudades europeas.

Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951) precisó que el último año ha vuelto a utilizar sus habilidades de 21 años de reportero en territorios hostiles, y lo hizo con grupos de grafiteros, de los que conoció formas de actuar, pensar, habla, ropa y sentir el peligro al que se exponen.

El literato manifestó que se le ocurrió la idea en Verona, Italia, en el balcón de la casa de Julieta, personaje de Shakespeare, y pensó qué pasaría si se hiciera una intervención de grafiteros en ese lugar, lo que abrió la historia.

Recordó que en España no había libros de este tema, y que eso fue otra razón para crear estos personajes y trazar una línea que es también "en el mundo actual, tener un personaje misterioso pero seductor que usa el grafiti contra el sistema".

El también miembro de la Real Academia Española (RAE) dijo que haber investigado el último año sobre el grafiti le llevó a plantear en la RAE el debate con sus compañeros académicos sobre su derecho a ser llamados "escritores" como ellos mismos se denominan, porque escriben su nombre o "tag".

Explicó "técnicamente sí lo es, porque escribe su nombre, y muchos dicen que quieren eso, escribir su nombre y no tener otro sin, no ser artistas aunque algunos pocos evolucionan al arte urbano".

"El grafitero no quiere ser artista; el 80 por ciento que he conocido en España y Portugal desprecian la palabra arte, dicen que no hacen arte, dicen que ponen su nombre", dijo.

Recalcó que a muchos cuando se les pregunta por qué "responden eso, quieren escribir su nombre, que se sepa cómo se llaman, les gusta la adrenalina, los colegas, las cervezas, salir de noche y elegir una pared, un vagón de tren, y no tienen pretensiones de artistas".

Reiteró que no justifica el grafiti pero ahora cuando ve una pintada mira "caras de seres humanos, no la firma, sino la historia de chicos, que seguramente alguno robó el spray, algunos condenados a la marginación que se juegan la libertad y la vida y ponen su nombre en la calle 200 veces y sienten mejor con eso".

Expuso que su novela trata también sobre el arte urbano, personajes reales como el británico "Bansky", al que los grafiteros "desprecian porque todos dicen que si es legal no es grafiti, y esa es la frontera".

Sin desvelar el final de la novela, afirmó que uno de los ejes de la novela es la venganza, "el cómo hay gente que la lleva por encima de todas las cosas hasta el final".

Explicó que "la venganza es, en lo social, políticamente incorrecta", a diferencia de la estupidez (utilizada como ejes narrativos en anteriores de sus obras) que es defendible, asumible, glorificable con naturalidad social y se vuelve correcta".

"Los seres humanos, como tendemos a la sobrevivencia, sienten la venganza, pero es incómoda, exige renuncias, obsesiones, tenacidad, decisión y el valor de ejecutarla. No se ejecuta a menudo porque al vengador le falta coraje para asumir las consecuencias de ejecutarlas", añadió.