México, 20 de junio de 2025 ::: Durante muchos años se han utilizado plantas en territorio mexicano con diferentes

propósitos que van desde lo medicinal hasta lo ritual o religioso.

 En eventos específicos se recurre a ciertas plantas enteógenas, es decir, aquellas que contienen sustancias psicoactivas, con el fin de establecer una conexión espiritual elevada que requiere una ardua preparación.
Sin embargo, los fines originales se fueron perdiendo con el paso del tiempo y esto se debió a que comenzaron a utilizarse de forma recreativa e incluso algunas personas vieron en estas plantas un porvenir económico muy redituable.

::: La marihuana como planta ritual

Desde una perspectiva histórica y antropológica, las plantas con propiedades psicoactivas han sido utilizadas desde tiempos ancestrales para inducir estados alterados de conciencia, los cuales han influido en la formación de visiones del mundo.
En México, la riqueza biológica ha permitido el desarrollo de una amplia tradición en el uso de plantas sagradas, consideradas por los pueblos indígenas como medicina y parte de su patrimonio cultural.
De acuerdo con “La Santa Rosa y el uso ritual de enteógenos entre los pueblos indígenas”, escrito por Antonella Fagetti y Jorgelina Reinoso Niche, se utilizan para la adivinación, permitiendo a los especialistas rituales diagnosticar enfermedades o problemas; para la curación, facilitando la identificación de procedimientos para recuperar la salud; y para la comunicación con lo sagrado, actuando los especialistas como intermediarios entre las divinidades y la comunidad.
Según el mismo texto, una de las comunidades que tiene estas costumbres es la otomí, que recurre a la Cannabis sativa e indica, conocida localmente como Santa Rosa.
Sin embargo, tras la conquista española, la Iglesia católica consideró idolátricas las manifestaciones religiosas indígenas y atribuyó los efectos de las plantas sagradas a la intervención del Diablo, por lo que el Santo Tribunal de la Inquisición persiguió a quienes las usaban.
Según el mismo texto, los otomíes establecen una clara distinción entre la Santa Rosa y la “marihuana recreativa”, negando que sean la misma planta e incluso argumentan diferencias en la forma de consumo (la Santa Rosa se come, no se fuma), en la morfología de la planta y en los efectos (la Santa Rosa no enloquece ni envicia).
Además destacan que la Santa Rosa es vista como una planta que da fuerza, claridad mental y respuestas a los problemas, mientras que la marihuana tiene una connotación negativa y está prohibida por la ley. Esta distinción responde tanto a razones culturales como a la necesidad de evitar la criminalización y el estigma asociados al consumo de marihuana.
El cultivo de la Santa Rosa tiene una antigüedad de más de 100 años entre los otomíes, realizándose principalmente para uso personal y local, sin evidencia de tráfico a gran escala.
El uso ritual no genera conflictos mientras se mantiene en las comunidades, pero surgen problemas cuando los especialistas deben trasladarla a otros lugares, enfrentando riesgos de criminalización y extorsión por parte de las autoridades.
La migración de otomíes a zonas urbanas ha incrementado la necesidad de transportar la planta para mantener las prácticas rituales, lo que ha generado situaciones de vulnerabilidad para los especialistas rituales.

::: México como distribuidor y productor

La estimación de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) en 2019 indicó que el consumo de cannabis en Centroamérica y Sudamérica afectó a más de 10 millones de personas.
Esta realidad, que involucra a cientos de miles de latinoamericanos en la industria ilegal de producción de drogas, sitúa a México en un papel central tanto como país productor como de tránsito, según el texto Breve historia del tráfico y la regulación de las drogas en México de Irving Darío Castillo Cisneros.
El texto de Castillo Cisneros subraya que México no sólo funge como país de tránsito, sino que también se ha consolidado como productor de drogas como la marihuana y la heroína.
Según el autores citados por Cisneros, el 90% de la cocaína consumida en Estados Unidos transita por territorio mexicano, aunque la Organización de los Estados Americanos (OEA) sitúa esta cifra en el 80%.
Además el tráfico de drogas en México no puede comprenderse sin el concepto de narcotráfico, definido por Francisco Piña, profesor e investigador de la Universidad de Sonora, como la participación en actividades que incluyen producción, transporte, almacenamiento, resguardo, venta, administración de recursos y cualquier otra asociación laboral relacionada.
La historia del tráfico y el narcotráfico en México se divide en cuatro periodos, según Guillermo Valdés Castellanos, autor de “Historia del Narcotráfico en México”, los primeros años comprenden un periodo que va de 1926 a 1940; posteriormente viene su auge y consolidación monopólica de 1940 a 1980; después se fragmenta y sufre rupturas de 1980 a 1990 y concluye con guerras y capturas parciales del Estado de 1990 a 2006.
Aunque esta periodización ayuda a ubicar temporalmente el fenómeno, el investigador Luis Astorga documenta que desde 1888 ya se importaban de Estados Unidos opio, vinos de coca y cigarrillos de marihuana.
La prohibición del cultivo y comercio de marihuana se estableció en 1920, y la de la adormidera o amapola en 1926, por lo que Cisneros atribuye el origen del tráfico de drogas en México a la influencia de las políticas prohibicionistas de Estados Unidos, que desde 1914 regularon las drogas y ejercieron presión diplomática y económica sobre la región.
Guillermo Valdés sostiene que entre 1914 y 1926, el aumento de los precios de los opiáceos en EE UU, debido a su prohibición, convirtió el contrabando en negocio lucrativo y sin persecución en México.