México, 20 de octubre 2022: Los puestos callejeros de alcohol se han vuelto ya un clásico en cualquier paraje urbano de la Ciudad de México. Propiamente,

en los tianguis de la ciudad no hay manera de ignorar los coloridos comercios de micheladas, licuachelas, y todas las variantes que han surgido en los últimos años. Se sabe que para eso de la creatividad nadie le gana al mexicano: han sacado versiones hasta de tinacos de agua, en versión escala, que son rellenados de cerveza, acompañados de chamoy, miguelito y, obviamente, sus respectivos dulces de gomita.

Pero eso paisaje dejará de existir. El gobierno de la Ciudad de México ha prohibido la venta de bebidas alcohólicas en tianguis y bazares de la Capital, según lo publicado en la Gaceta Oficial. La prohibición se extiende a otras áreas, como los tatuajes, la venta de celulares, animales exóticos, medicamentos y todo tipo de sustancia ilegal. Sin especificar lo referente al alcohol, el documento publicado argumenta que la actividad en los tianguis "se caracteriza por ser dinámica y, por tanto, requiere una regulación que se ajuste a dicho dinamismo y que, a su vez, genere certeza jurídica a los oferentes, así como a la población en general, por tratarse de una actividad que se desarrolla en la vía pública". Desobedecer el mandato se pagará con la revocación del permiso para comerciar en la vía pública.

Nadie puede dudar que un tianguis no es el lugar indicado para comerciar medicamentos, y sobre los celulares que ahí se ofertan se ha hablado mucho: comprarlos equivale a avalar los asaltos y robos silenciosos que se dan todos los días. Pero hay consideraciones que deben tomar en cuenta cuando se habla de los comercios de micheladas. Abundan en cualquier tianguis capitalino y, particularmente, los comercios en Tepito se han vuelto un punto de referencia para quien quiere vivir esa experiencia —sin exagerar, podría decirse que ya entra en la categoría de actividad turística, y así lo dejan ver los blogs y reportajes que ahí se han grabado

Quizá, en ese sentido, la solución más adecuada habría pasado por regular este mercado, lo cual teóricamente es uno de los propósitos del gobierno de la Ciudad de México. Pero hacerlo de verdad, porque nadie está peleado con las medidas de seguridad que garanticen un consumo responsable: es decir, sin bebidas adulteradas ni caducadas. Luego, tampoco se puede asumir que cada comercio infringe normas de consumo sólo por estar en la calle (¿en cuántos antros no se han denunciado casos de adulterio de bebidas y colocación de somníferos?).

Ahora las autoridades ponen a los comerciantes entre la espada y la pared, pues ellos tendrán que buscar una vía alterna de trabajo. Y tampoco podemos ser tan ingenuos. Muchos recurrirán a la clandestinidad para seguir vendiendo y, evidentemente. los clientes buscarán el modo de seguir comprando: la eterna relación oferta-demanda. La gente no olvidará las micheladas y, en este caso, el tianguis ha representado una atmósfera diferente a la de un bar o antro. La dinámica propia de estar al aire libre, con música ambientando, precios más económicos (reales, no inflados), y una convivencia casi siempre sana son los matices que dotan de originalidad al fenómeno de los puestos de micheladas.

No faltarán los comentarios clasistas que celebren estas prohibiciones. Pero venga, si hasta a Alejandro Speitzer le gustan las micheladas del tianguis, ¿para qué amargarse la vida de esa forma? Mucho más recomendable habría sido encontrar un método, útil, transparente y seguro, para que los comerciantes de alcohol pudieran seguir vendiendo, y que así se les diera certidumbre a ellos, a sus clientes y a las autoridades. Al final, quitarles la calle sólo hará que encuentren nuevos modos de comerciar y eso sería peor para todos.