El efecto Lucifer en México

 

¿Qué propicia que los vándalos se comporten como tales? ¿Qué hace que un grupo creciente de jóvenes se vinculen con las mafias y se comporten cruel y sanguinariamente? ¿Qué explica el comportamiento antisocial y malvado de cada vez más personas? ¿Acaso son manzanas

podridas que deben echarse a la basura o es el cesto que contiene a las manzanas el que las pudre? Una rama de la teología judeocristiana nos enseñó que el mal es inherente al hombre y otra que el mal es una decisión individual. Así, para el catolicismo hay hombres que nacen buenos o malos por la gracia de Dios y para los luteranos y calvinistas la maldad es una opción personal. Esta concepción del mundo es el germen de la discriminación, de la estigmatización de quien es diferente, de la descalificación y la desconfianza hacia el extraño o extranjero.
Por diferentes caminos, ambas doctrinas llegan al maniqueísmo: una atribuye el bien y el mal a un ente superior y la otra al individuo que encarna la potencia divina, como Dios nos hizo a su imagen y semejanza cada quien elige qué hacer y cómo comportarse. Es decir, ambas coinciden que hay per se hombres buenos y hombres malos. Las dos ignoran que el hombre puede ser tan bueno o tan malo dependiendo de las fuerzas sociales, políticas y económicas. Prestan poca atención a los factores externos que determinan nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. La ventaja de esta ideología es que exime a la “gente buena”, por definición, de toda responsabilidad social e inclusive de reflexionar sobre su participación en la perpetuación de las situaciones que contribuyen al crimen, al delito, al vandalismo…
Gracias a dicho velo ideológico las elites dirigentes (políticos y empresarios) no se preguntan: ¿qué contexto contribuye a determinadas reacciones? ¿Qué circunstancian pueden generar una conducta antisocial? Pero eso sí, de inmediato están prestas a condenar esas expresiones mediante el linchamiento mediático. De este modo, la sociedad entera se convierte en un inquisidor (Torquemada) colectivo. Así, nada se hace para entender y remediar las condiciones de humillación, de envilecimiento y de precariedad, de vida sin sentido, pues nada vale, de los marginados/olvidados que de pronto se manifiestan con virulencia. No se trata de justificar la violencia sino de entender sus causas para remediarla. Ello sólo será posible si las elites comprenden que la maldad depende de los factores sociales que modifican la psicología y el comportamiento individual, como prueba el investigador de Stanford, Philip Zimbardo, en su monumental obra, El Efecto Lucifer.