SINGLADURA

México reclamó a Egipto la muerte de ocho nacionales en un ataque perpetrado por fuerzas gubernamentales egipcias, aparentemente por un “error”. Bien que el gobierno mexicano reaccione ante este asesinato múltiple, el mismo que motivó el viaje inmediato a El Cairo de la flamante canciller, Claudia Ruiz Massieu, para encabezar una misión de apoyo a las víctimas y sus familias.


Hasta allí la acción gubernamental marcha en forma oportuna y correcta. Nadie podría regatear o negar que esta vez Los Pinos reaccionó en tiempo y forma para cuidar y/o apoyar a los nacionales mexicanos dentro y fuera del país, conforme -también hay que decirlo- a la responsabilidad del gobierno de cualquier país del mundo y en consonancia, en este caso, con lo previsto por la constitución mexicana.
Sin embargo, el trágico episodio de Egipto deja no sólo un número importante de víctimas mexicanas, sino que abre una reflexión sobre el impacto en las propias gestiones del gobierno un escenario nacional poco halagüeño y, peor aún, casi tan trágico como los hechos ocurridos a los turistas mexicanos en el país africano.
Ese escenario tan aciago fue aprovechado en algún grado por el gobierno de Egipto al comparar públicamente su guerra a los terroristas con la que México libra hace años contra el narcotráfico.
“La guerra contra las drogas en México ha causado la muerte de decenas de miles de personas inocentes, una gran parte de ellos agentes del orden. Grupos del crimen organizado han asesinado sin piedad a figuras políticas y funcionarios estatales. En todo caso, esto demuestra que Egipto y México enfrentan retos similares”, dijo el canciller egipcio en una carta abierta.
La comparación, odiosa si se quiere, buscaría aminorar en algún grado la grave responsabilidad del gobierno de El Cairo en la trágica matanza de mexicanos, hoy minusvaluados dentro y fuera del país como consecuencia  del desaseado escenario nacional, en el que nos cabe responsabilidad a todos los mexicanos y al gobierno en un grado mucho mayor.
Es un hecho, muy lamentable en sí, que el reclamo mexicano coincida con la persistencia de un trasfondo nacional marcado por la  violencia, el crimen organizado, los asesinatos sin aclarar, el irrespeto y las vejaciones a los indocumentados que atraviesan el país sujetos a todo tipo de riesgos, e incluso la ejecución de casi un centenar de inmigrantes centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas, sin que nadie se disculpara entonces ante nadie y mucho menos se castigara a nadie.
El reclamo de México por la tragedia en Egipto también surge de un país sin un estado de derecho funcional. Se hace bajo la sombra de  los asesinatos masivos en Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato y otros de larga memoria como el de Aguas Blancas e incluso la muerte de medio centenar de niños en circunstancias poco claras y menos investigadas en Sonora.
México hace bien en reclamar por  la muerte de sus nacionales en un país, pero qué pena que lo haga bajo una  circunstancia nacional que nos enrostra como mexicanos . Un trasfondo penoso para el país y del que se aprovecharon los egipcios para hacer saber al gobierno de Peña que en la lucha contra el terrorismo también hay víctimas colaterales como en la lucha contra el narcotráfico. Nada más pero nada menos. Fin
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