SINGLADURA

A ver. Piense un minuto o incluso menos tiempo en el hecho escueto de la desaparición de 43 muchachos, sean éstos o no estudiantes,  hijos, hermanos,  amigos, conocidos, buenos o malos, pobres o ricos, talentosos o quizá no.  Piense en ellos sólo un poco más. Muchachos, jóvenes. Reflexione menos de un minuto si quiere sobre ellos. ¿Dónde están, qué les pasó? Ese es el punto crítico. Definir, precisar qué  fue de sus vidas,  y con éstas, de sus sueños, proyectos, ilusiones.


Eso es supongo lo que deberíamos primero preguntarnos y luego conocer  todos los mexicanos. Desdeñarlo,  olvidarlo o buscarle justificaciones también es barbárico.
Olvídese si los muchachos, sean o no de la Normal de Ayotzinapa, andaban haciendo alguna diablura de cualquier tipo, de esas que los muy jóvenes suelen hacer. Olvídese de que estuvieran  inmersos en algún tipo de activismo político, incluso de que en verdad  fueran parte de una embestida  política contra los Abarca. También deje de pensar que se apoderaron – aun ilegalmente si se quiere- de uno o varios autobuses. Tampoco argumente que muy probablemente estaban incursos en el delito de tráfico de drogas para “justificar” los hechos de hace un año.
Más todavía. Deje de pensar  que si desaparecieron o incluso murieron fue debido a que andaban en malos pasos. Tampoco argumente que como no eran buenos estudiantes o ni siquiera estudiaban y andaban de revoltosos es que perdieron la vida o por ello les pasó lo que aparentemente ocurrió.
Mucho menos venga a decir que  la culpa del episodio la tuvieron sus padres por no ponerles un límite o ignorar en lo que andaban sus hijos, o peor aún, que lo sabían y resultaban cómplices porque también obtenían beneficios “colaterales”. Tampoco sostenga que la tragedia aparentemente vivida por los 43 ocurrió como consecuencia de que la normal  Isidro Burgos era un centro de adoctrinamiento ideológico marxista, cuna además de los revoltosos aquellos llamados Lucio Cabañas y/o Genaro Vázquez, también muertos por revoltoso y altaneros.
A ver. Tampoco justifique los hechos registrados la noche del 26 de septiembre de 2014 con base en que fueron  una consecuencia de que los maestros de la normal Isidro Burgos no enseñan nada, salvo marxismo.
Ninguno de esos “argumentos” justifica o explica la muerte, desaparición, extinción u lo que sea, de estos 43 muchachos.
A mayor abundamiento. Piense un poco o mucho si prefiere en el papel del gobierno del presidente Enrique Peña, reflexione otro tanto sobre “la verdad histórica” del ex fiscal Jesús Murillo Karam, el  tercer peritaje que se avecina, en la  creación de una nueva fiscalía o en el rol del grupo de expertos independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Tampoco plantee acusaciones directas y al aire contra el Ejército del país y su eventual involucramiento en el caso, o aún de la policía municipal, la federal, o  los grupos del crimen organizado y mafioso.
Por encima de todo esto reflexionemos todos sobre la pregunta escueta y el hecho de fondo: ¿dónde están los 43 muchachos? ¿Y qué les pasó? Nada justifica su desaparición y/o muerte. Se trata de una afrenta humana y absolutamente barbárica en cualquier país del mundo. Fin
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