Durante muchos años desde la academia, desde la administración pública y hasta en la política se ha discutido-construyendo el concepto de espacio público, el concepto multívoco pero con verdadera importancia dentro de la actualidad de los Estados. El consenso no ha sido sencillo, pero una de las restricciones más aceptadas la realizada por Nora Rabotnikof, quien ha señalado como un lugar de interés común, de visibilidad, de uso común, contrario a lo individual y lo privado, lo que representa el interés en particular, a lo secreto y oculto, a lo cerrado y clausurado ligado al ámbito privado.

Pero espacio público constituye ese lugar que trasciende lo espacial, aunque lo abarca y es una de las dimensiones, pero no es todo ni es lo único, también se refiere al "espacio" donde se configuran las disputas sociales, se trata de un tipo ideal que no se ve totalmente en la realidad. Pero ni lo público ni lo privado son acepciones definitivas, continuando con Nora Rabotnikof, señalando que son son construcciones históricas y sus fronteras fronterizas se rediseñan continuamente, se trata de una diferencia construida social e históricamente.

Tarea que no termina, en particular en cuanto al espacio público, materia de debates, variables y especificadas por parte de la autoridad en turno, como es la recurrente ola de políticas públicas hablando de recuperación de los espacios, de su disfrute y seguridad.

Pero si algo nos ha traído el confinamiento, permítame lector, lectora, citar a una integrante de mi familia, Pía Aun (no tan famosa como Nora Rabotnikof), quien reflexionaba con el de la pluma, que este regreso a casa (obligado) nos permite ver solo solo dormitorios, comedores, salas de espera, lugares de llegada pero de pocos encuentros, lugares privados pero inertes.

Nos encontramos que la casa, ese espacio privado por excelencia no cuenta con elementos específicos para nuestros niños y niñas (no se trata que sea una casa grande o pequeña, simplemente no hay heno), ya sea destinatarios para el aprendizaje o el ocio, se cuenta sí, con espacios adornados con algunos fotos familiares pero ausente de momentos, lejos del bálsamo para el desgaste cotidiano.

 

Antes del encierro destinábamos recursos, discursos y esfuerzos privilegiando la recuperación de los espacios públicos, a veces capturados por particulares, por el crimen organizado o simplemente abandonados; este era el único lugar donde concebíamos el entretenimiento, de pronto, llegó la pandemia, ese virus diminuto pero poderoso que nos obligó a regresar al espacio privado y replantear nuestra relación con él.

De ahí la importancia de aprovechar esta situación para hacer de nuestro espacio privado algo más allá del dormitorio o comedor; no se trata de reconocer la primacía de lo privado sobre lo público o viceversa, se trata de aprovechar nuestro tiempo para reivindicar lo privado como esa esfera propia, vigente, latente y demostrarnos que este trago amargo no se convertirá en un confinamiento mental.

Eduardo López Farias es economista y doctor en administración pública. Ha realizado estudios postdoctorales en España.

Twitter @ efarias06