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Hoy, más que nunca, he de reconocer que encuentro muy difícil mantener mis posturas sobre el gobierno y la dirección de las instituciones de la República. Indudablemente he sido pro gobierno en muchas de mis posiciones y lo he sido, más que por afinidad partidista –que evidentemente la tengo–, por tener la convicción de que es un instrumento para permitirle a la sociedad

vivir en paz, armonía y con los medios necesarios para lograr el bienestar. Aunado a ello, durante muchos años estuve convencido que la capacidad, experiencia, sensibilidad política y pertinencia en el ejercicio del poder predominaba en una fuerza política que, durante más de 70 años, logró encausar los destinos del país de forma ordenada, lo que de cierta forma ayudó a México en su desarrollo. Hoy me enfrento con la realidad: me equivoqué.

Desgraciadamente, compruebo que el ansiado cambio que esperaba está muy lejos de arribar a mi querido México. Esas promesas de mejoría, sobre todo en los aspectos de seguridad y justicia, hoy distan mucho de ser una realidad: indiscutiblemente el país está agitado, incendiado e inconforme; la sociedad está a disgusto con su gobierno y con toda la razón.

No puedo negar que sigo firme en la idea –como lo manifesté en su momento– en que las condiciones de inseguridad que hoy padecemos no son culpa exclusiva de la actual administración. Somos víctimas fatídicas varias gestiones fallidas en materia de seguridad y estado de Derecho, en especial durante la última década. Desde el año 2000, con el incompetente de Vicente Fox, la Presidencia de la República se desentendió de gobernar. Permitió, consintió y azuzó la impunidad. Toleró y fomentó el desgobierno en las entidades federativas. Permitió que los gobernadores –muchos de ellos emanados del PRI– se tornaran en virreyes que, irresponsable e impunemente, hicieron de sus estados parte de su patrimonio y, en muchos casos, se aliaron a grupos criminales en pos de hacerse de groseras fortunas que más insultan por sus manchas de sangre que su repulsiva desmedida.

En el 2007, con el irresponsable llamado a la Guerra contra el crimen organizado hecho por Calderón, en una actitud de franca desesperación, se abrió la caja de Pandora y se desataron los demonios de violencia y muerte por todo el territorio nacional. Más de 121 mil muertos producto del desgobierno y la impunidad.

Todo ello aunado a la implementación irresponsable y fanática de las políticas neoliberales, producto de la imposición del Consenso de Washington que generó el debilitamiento deliberado de las instituciones del Estado. Dieciocho años de funestos gobiernos neoliberales priístas y doce años de la desilusión democrática panista es un muy mal recuento para un país ávido de bienestar y desarrollo.

@AndresAguileraM