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Este principio de mayo ha estado marcado por las tristes imágenes de un país que, por más que se quiera disimular, atraviesa por una de las peores crisis de seguridad de su historia. Como película de acción hollywoodense, este viernes vimos imágenes de camiones incendiados en las principales carreteras de acceso al estado de Jalisco; al tiempo que comercios, gasolineras y establecimientos mercantiles eran atacados por presuntos miembros del crimen organizado; hechos que, desgraciadamente, se fueron extendiendo hacia los estados de Colima, Michoacán y Guanajuato. Sucesos adjudicados al cártel de Jalisco “Nueva Generación”, en respuesta al “Operativo Jalisco”, diseñado para capturar a los líderes de este grupo delincuencial, sin resultados hasta el momento, por cierto. Las imágenes, distribuidas por los portales noticiosos y las redes sociales, mostraron una realidad inocultable: México padece de terrorismo.


Estoy convencido que estos son sucesos que la inmensa mayoría de los mexicanos no queremos ver en nuestra tierra. La descomposición social, la impunidad y la corrupción son quienes engendraron este terrible mal. No es exclusivo de la actual administración ni su entera responsabilidad, pues sería cegarnos a la existencia de la historia, aunque su culpa existe y es inexcusable. La penosa guerra contra el narcotráfico del sexenio pasado, que sigue estando viva en la presente administración; la indolencia, irresponsabilidad e incompetencia del gobierno foxista; la complicidad rampante y la corrupción creciente, característica de los últimos sexenios priístas; son culpables de la actual situación de México.
La autoridad está obligada, por propia naturaleza, a brindarle seguridad a la comunidad. Para eso se creó el Estado y su órgano ejecutor: el gobierno. Sin embargo, hoy la situación del país se encuentra al garete, pues la clase gobernante –sin distinción de partido– ha abdicado de sus obligaciones para darle pauta a la irresponsabilidad, la incompetencia, la frivolidad, la corrupción, la impunidad y la ambición desbordada.
Ello, desgraciadamente, hace imposible que se vislumbre una opción política que garantice la seguridad de las personas, lo que es campo fértil para que el crimen organizado –como empresa al fin y al cabo– se organice, profesionalice y crezca ante los ojos atónitos de una población que se siente completamente abandonada por quien tiene la obligación de brindarle seguridad y permitirle desarrollarse en paz y libertad.
@AndresAguileraM.