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No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla. Hace una semana la Comisión Ambiental Metropolitana (CAME) anunció que se implementaría, temporalmente, el programa “Hoy No Circula” a partir del cinco de abril hasta el 30 de junio. El día llegó.

Según los cálculos oficiales, más de un millón de vehículos particulares dejarían de circular. Muchos esperábamos una mejoría en la movilidad en la ciudad.

En esa lógica, este martes miles de conductores salimos a las calles de la gran Ciudad de México a introducirnos en esa gran mancha urbana que, pareciera, no tener fin. Es una inmensidad de concreto y asfalto, en la que no se distinguen fronteras –aunque las leyes, programas y gobernantes las tienen muy bien ubicadas–. Es un valle completamente urbanizado con autopistas, avenidas, ejes viales, calles y callejones en las que confluyen millones de vehículos y que, a las horas pico, se saturan y se estanca la movilidad. Pese a la restricción vehicular, las principales avenidas se volvieron ríos de vehículos motorizados detenidos, carburando y contaminando. La medida restrictiva no mejoró la movilidad, por el contrario, pareciera que no le hizo mella al ejército de vehículos que circulan por esta gran urbe.

Durante el trayecto del día de hoy se observó lo mismo que todos los días: un infame tránsito, protagonizado por millones de automóviles, cientos de microbuses, camiones y vehículos de carga. Todos haciendo de una supuesta vía rápida un inmenso estacionamiento, donde la velocidad promedio es de menos de cinco kilómetros por hora. En el ambiente se percibe el olor a humo; gasolina y diesel carburados; se escucha incesante el ruido de los motores y se observa el cielo gris, obscurecido por las emisiones contaminantes.

En el camino, pues el avance es –insisto– prácticamente nulo, nos damos cuenta de nuestra realidad: vivimos en una gran Ciudad sin un sistema de transporte público medianamente digno. Vemos camionetas y microbuses atiborrados de personas que, diariamente, son transportadas en condiciones infamantes y en unidades absolutamente inadecuadas para el transporte masivo de pasajeros; que son conducidas por personas completamente irresponsables e incompetentes; que no obedecen a autoridad alguna, mas que la del líder o dueño de la ruta concesionada, y que carecen del mínimo respeto por la vida e integridad de las personas que transportan.

Estas son algunas –pocas– de las cosas que pude reflexionar en el trayecto de 9.5 kilómetros que recorrí en un lapso de una hora con veinte minutos este martes por la mañana. La realidad es que no se percibió una disminución en el tránsito vehicular y, en consecuencia, creo que la medida difícilmente evitará la alta emisión de contaminantes que se pretende evitar con esta medida. Es la percepción de un transeúnte que espera estar equivocado.

@AndresAguileraM