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Este año electoral será de mucha convulsión, acusaciones y protagonismos. Los aspirantes a ocupar cargos de elección popular afilan sus cuchillos de denuestos, críticas y agresiones, para en ello basar la campaña electoral, al tiempo que se reúnen con expertos en imagen para verse

“más agraciados” y afines al gusto de la gente.

Desgraciadamente, desde hace poco más de una década, la política –no sólo en México, sino en el mundo– se ha reducido a un juego de popularidades y de mejor imagen, apostándole a la mercadotecnia como mecanismo idóneo para hacer que la voluntad popular se vuelque hacia ellos.

No sé si la modernidad y la evolución social hacen que el juego democrático se aleje de la valoración real de trayectorias, ideas y capacidades y se enfoque, casi en exclusiva, a la imagen de mercado; lo único que ha quedado claro es que, a partir de que se ha utilizado este mecanismo para jalar adeptos, las clases políticas de las naciones están quedándole a deber a las sociedades a las que sirven.

Hoy, desgraciadamente, la construcción de las imágenes públicas se basa, principalmente, en la apariencia, en la venta de una especie de producto de consumo más que en una persona con la capacidad necesaria para tomar decisiones y ejercer una función de Estado. En pocas palabras: el primer requisito para ocupar una cartera de elección popular es tener una apariencia agradable, aunque ésta no vaya aparejada de un contenido adecuado. Nada más triste y peligroso para las sociedades que no sólo aspiran, sino que exigen acciones reales de gobierno en pos del bienestar general.

En esta tónica, se genera un grave peligro para las sociedades: el arribo al poder de perversos avariciosos que, escondidos tras una imagen socialmente aceptada, toman el control y decisión sobre las instituciones públicas, sin estar debidamente preparados para ocupar los cargos públicos, y las utilizan –de forma por demás cínica–para enriquecerse y ejercer abusivamente las facultades que les brinda la ley sólo para beneficio personal, al tiempo que dejan en el abandono la resolución de los graves problemas que aquejan a las personas que conforman las naciones.

Ante este escenario, notoriamente grotesco y groseramente cierto, el electorado regresa su mirada hacia viejas fórmulas autoritarias, que prometen poner fin al abuso, corrupción e impunidad de los “gobernantes huecos”, al tiempo que preparan su arribo para hacer uso, desmedido y autorizado, del poder del Estado, con la autorización del hartazgo de una sociedad olvidada y desilusionada, plena de “mal humor social”.

@AndresAguileraM