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La descomposición política se incrementa a pasos agigantados. No es noticia, pues las condiciones propias del país evidencian esta terrible situación. Deuda, impunidad, corrupción, ineptitud e ineficiencia, son adjetivos que se utilizan por la sociedad para describir a su clase política.

Sin distingos de partidos, los intereses se han entremezclado tanto que han logrado difuminar las diferencias entre cada instituto político que, de forma constante, se disputan el poder político en el país. La gente, lamentablemente, no aprecia diferencia alguna entre los partidos. Para muestra basta un botón: la encuesta publicada en un periódico de circulación nacional, precisa que más del 58% de los mexicanos consideran que el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), son exactamente lo mismo, cuando –por lo menos en papel– son partidos con una gran distancia histórica e idelógica.

Cuando una situación de esta naturaleza surge en una incipiente democracia como la que vive México, es dable cuestionarse sobre la naturaleza y vida del sistema de partidos nacionales, que tiene como finalidad, además de la promoción del voto y las elecciones, fomentar la participación política de la población en las decisiones trascendentales para el país.

Cada uno de estos institutos políticos deben mostrarse como opciones políticas distintas entre sí; para que –de este modo– la gente apoye una opción acorde a su forma de pensar y ver el mundo. Sin embargo, cuando la diferencia entre ellos no es clara, cuando la gente no distingue entre una opción y otra y los consideran como “la misma cosa”, la democracia encuentra una merma muy profunda que se traduce en pérdida de credibilidad desconfianza, lo que genera un gran riesgo para la democracia y la República. En pocas palabras: la gente comienza a clamar por un dictador que ponga orden y solucione arbitrariamente los problemas del país.

Así, la gente, al carecer de opciones políticas que perciban reales y afines a sus intereses, aunado a una gran desilusión y depresión social, empiezan a ver con demasiada empatía la posibilidad de someter su libertad a un régimen dictatorial que, por lo menos, ponga orden en un país al que perciben sin rumbo, sin objetivos y sin destino perceptible. Por ello afirmamos, lamentablemente, que la democracia está en riesgo y, consecuentemente, la República y el destino de las generaciones venideras.

Desgraciadamente podemos afirmar que se ha extraviado la brújula política en México y se ha perdido el proyecto de Nación previsto tras la Revolución Mexicana. No se observan signos de mejoría ni apreciamos una posible solución; simplemente abonamos –aún más– al mal estar social generalizado y que, día con día, incrementa peligrosamente en el sentir de la gente.

@AndresAguileraM