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El “mal humor social” se expande como plaga en la sociedad. No es una falsa percepción de la ciudadanía; no es una campaña política en contra del actual gobierno y su partido; no es un complot orquestado por la “mafia del poder”, ni –mucho menos– es una injusta valoración del desempeño

de los funcionarios públicos. Desgraciadamente –y aunque les duela aceptarlo– es una muestra clara de la ineficiencia e ineficacia de toda la clase política gobernante, incluida la oposición política, pues no ha sabido dar respuesta puntual y cabal a la exigencia social.

Desde hace casi 40 años, el Estado Mexicano ha sido brutalmente desmantelado. Sus instituciones han sido adelgazadas en funciones y facultades, mismas que han sido desmembradas en instituciones dotadas de mucha autonomía, pero poca efectividad. Todo ello en aras de cumplir con los postulados del neoliberalismo voraz y la excesiva complacencia política hacia postulados idealizados sobre la participación de las instituciones gubernamentales en la vida de la sociedad. En pocas palabras: mucho caso a doctrinas y propuestas de escritorio y muy poca atención a la realidad de las personas a las que el Estado debe servir.

A la gente no le interesan la atención a postulados filosóficos de exaltación a la “bondadosa humanidad”; no le interesan –per se– las críticas y señalamientos de los “políticamente correctos” cuando estas carecen de propuesta de solución a la problemática cotidiana de seguridad, legalidad y respeto; a la sociedad le interesan la efectividad en el actuar gubernamental y no la explicación del por qué no ha bienestar sino rezago, aletargamiento, zozobra e incertidumbre.

Hoy –más que nunca– podemos afirmar que la clase política le debe mucho a la sociedad mexicana. Los gobiernos de los últimas cuatro décadas han sido deficitarios en la generación de condiciones de bienestar para la ciudadanía; la oposición política ha sido acomodaticia y poco eficaz, pues la crítica que realiza se constriñe a la eficacia mediática y no a la búsqueda de solución a los problemas; mientras que la sociedad observa, deprimida, frustrada e impotente, como se conduce al país hacia su debilitamiento, empobrecimiento y deterioro constantes.

Estoy cierto que el mundo no es el mismo de la postguerra, y que las condiciones económicas, políticas y sociales han cambiado radicalmente en el último siglo; pero lo que no cambia –ni cambiará– es el deseo de la gente por sentirse segura y con condiciones suficientes para lograr su bienestar. Para eso debe servir el Estado, pues es lo único que justifica su existencia, y no para beneficio de una oligarquía con ínfulas monárquicas que perciben a las instituciones públicas como parte del peculio personal.

Insisto: la clase política le debe a la sociedad mexicana. El malestar crece exponencialmente y no esperará mucho para cobrar las afrentas y adeudos que se acumulan día con día.

@AndresAguileraM