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A lo largo de los casi 18 años de servicio público, desgraciadamente he sido testigo de que los principios son fácilmente olvidados; que las ideologías dejan de tener valor y se vuelven meros pretextos para constituir negocios –en ocasiones familiares, de grupo

o facción– disfrazados de partidos que debieran promover la participación política de la sociedad; y que muchos ven en el servicio público un mecanismo de enriquecimiento fácil y con poco esfuerzo. La añoranza de bienestar general se diluye en frivolidades y sumisión hacia el “dios dinero”.

Las luchas de la política actual no son por perpetuar la libertad o brindar educación a la gente, sino por la imposición de meras posturas –en ocasiones huecas– para satisfacer egos inflados por aduladores recurrentes; o quizá, por la simple, burda y grosera ambición por el poder. La democracia deja de existir y es sustituida por estrategias de mercadotecnia, muy acabadas y depuradas, que explotan la pobreza e ignorancia de la gente. La Justicia Social, pareciera ser solo un membrete al final de oficios que, en la mayoría de los casos, están escritos con un total alejamiento de las reglas gramaticales y de comprensión.

La Nación ha perdido su rumbo. Los dirigentes políticos –conservadores, de centro o progresistas– han difuminado sus proyectos individuales o de grupo y los han prostituido para mantenerse vigentes en los círculos del poder, para mantener privilegios y complicidades que reditúan en numerario lo que dejan de hacer para la gente.

Ni que decir de esa pérdida de rumbo, cuando vemos que los enemigos públicos de la sociedad no son los criminales que atentan contra la vida de las personas; sino quienes abusaron de sus cargos para que, cínica y desproporcionadamente, se enriquezcan a costa del servicio público; o cuando vemos que la esperanza de mejoría se posa sobre la megalomanía de personajes mesiánicos; cínicos e incongruentes que explotan el descontento, la desilusión y el encono para posicionarse como una opción de cambio y mejoría.

Hoy la vida política mexicana, desgraciadamente, atraviesa por una grave crisis de legitimidad. El desencanto, el descontento y el enojo se encuentran desbordados. No hay acto de gobierno que agrade a la sociedad, ni acción pública que la reencause. Sólo queda esperar a que la cordura se reencause y permita refundar el sistema político mexicano; el cual sólo podrá encontrar sustento en la esperanza y el anhelo de un país mejor. Mientras la sociedad siga desesperanzada y alejada de lo verdaderamente valioso, el futuro de México –creo– seguirá siendo una sombra gris en el horizonte.

Volver al origen, a verdaderamente reencausar los esfuerzos de la clase política a la búsqueda del bien público, es lo único que podrá retomar legitimidad. Volver a creer en que vale la pena trabajar por y para la gente –y verdaderamente hacerlo– será lo único que reencausará este barco que hoy, lamentablemente, la gran mayoría de los mexicanos percibimos se encuentra a la deriva.

@AndresAguileraM