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La situación del país no pinta para bien. El pueblo de México se ha estancado en su desarrollo. La economía ha crecido marginalmente en los últimos 18 años, mientras que el gobierno se abstiene de intervenir y tomar acciones determinantes para incentivar su

crecimiento, al tiempo que interviene para que se genere una distribución equitativa de las rentas públicas. El gobierno se ha vuelto un simple espectador de la voracidad del mercado y del sometimiento del bienestar general a los grandes intereses económicos.

Su obligación de ser garante de la seguridad de las personas ha dejado de ser cumplida. La escalada de violencia se ha incrementado; los soldados se mantienen fuera de los cuarteles tratando de contener una inconcebible delincuencia, poniendo en riesgo su legitimidad y; mientras que las autoridades civiles brillan por su ineptitud e ineficiencia.

Son los sueños rotos de millones de mexicanos que confiamos en que la experiencia se impondría a la voracidad mezquina de la ambición desenfrenada. Lamentablemente muchos que creíamos que se restauraría el proyecto de nación de la Revolución Mexicana nos equivocamos. La opción tomada se transformó, penosamente, en una pesadilla del continuismo absurdo del sueño de neoliberales trasnochados, que no se han percatado que la gente les gritó en la cara: ¡están equivocados! El libertinaje del mercado jamás será la opción para el desarrollo y el bienestar.

En esta lógica nos acercamos a una encrucijada electoral que, por donde quiera que se le vea, no avizora un futuro prometedor para los mexicanos. Por un lado, el continuismo insostenible de una política de libertinaje e indolencia que ha demostrado ser, por decir lo menos, insensible e incapaz de generar bienestar para las personas. Por el otro, tenemos una oferta de política económica de un populismo que, simplemente, revuelve todo, llena de epítetos y descalificaciones cuyo objetivo es mantener el status quo económico: una intervención absolutamente nula del Estado en los aspectos económicos; es decir: da la vuelta para quedar igual.

¿Qué esperar de los políticos cuando han dejado de lado ideologías y principios, para darle paso a vulgares ambiciones? Lamentablemente nada. ¿Qué debiéramos exigir? Considero, mínimamente, honestidad y congruencia para que así, sin tapujos, decidamos con plena conciencia el futuro de la República durante los siguientes seis años.

La encrucijada no es menor. No es sencillo distinguir oportunistas de quienes desean servir al país, pues la historia nos ha demostrado que muchos se ostentan como corderos y, llegando al poder, se olvidan de sus promesas y principios. Por ello, es necesario que veamos y reconozcamos a quienes se han mantenido firmes en principios y convicciones, lo que se respalda en un actuar congruente en el servicio público.

México necesita urgentemente un golpe de timón. No bastan promesas de campaña, ni las críticas y señalamientos. Hace falta la convicción, el compromiso y la entereza para realizar aquellas acciones de gobierno que, aunque contrarias y distintas a los intereses y doctrinas internacionales, se realicen en beneficio del país y de su gente. ¿Lo veremos en estos años? Esperemos…