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La corrupción es motivo de plática de cualquier mesa, reunión o convivencia. Ya no pasa un solo instante en el que este terrible cáncer se apodere del pensamiento de la gente. Ya sea un policía que pretende subsanar una multa de tránsito a través de una dádiva, o bien

los funestos actos de corrupción de los gobernadores y altos funcionarios de gobierno, siempre hay un motivo para hacer alusión a ella. Y no es para menos, según datos de Transparencia Internacional, a México le cuesta el 9% de su Producto Interno Bruto (aproximadamente 347 mil millones de pesos) y eso implica, inevitablemente, una merma considerable en la economía e las familias mexicanas.

La corrupción es, sin duda, una industria redituable, de cuyas ganancias participan tanto funcionarios públicos como particulares. Sin embargo, de estos últimos, poco o nada se habla, como si este cáncer fuera exclusivo de quienes prestan sus servicios profesionales al gobierno.

Muchas empresas, hoy importantes emporios transnacionales, han sentado sus bases en la corrupción y la colusión con funcionarios públicos. El poder del gobierno y contratar con él, siempre ha sido ambicionado por quienes se dedican a brindar servicios y realizar obra pública, pues implican contratos anuales —en su mayoría— que son más que bien pagados. De igual manera, el otorgamiento de concesiones públicas, son recursos atesorados por particulares, pues implican ganancias muy jugosas, a cambio de contraprestaciones simbólicas, en las que, el menos “ganón”, siempre es el Estado Mexicano.

Así se gesta la corrupción: ventajas para unos cuantos a costa del poder del Estado y las funciones estatuidas a los servidores públicos. Aprovecharse del poder para enriquecerse y, con ello, desfavorecer a los demás. Todo ello, en un clima de insatisfacción por la falta de condiciones bienestar de las familias mexicanas y el temor gestado por la inseguridad y la violencia que azota al territorio del país.

La corrupción es de ida y vuelta. Públicos y privados la generan, la propician, la incentivan y la perfeccionan. Quien lo quiera negar, mentiría cínicamente pues los que participan en hechos de esta naturaleza, por lo general, lo hacen de común acuerdo. Es, desgraciadamente, una práctica habitual a la que muchos incurren para enriquecerse de forma fácil y rápida.

No es, ni por asomo, una práctica exclusiva de México, por el contrario, vemos lastimosamente que se ha expandido como un cáncer terminal en todos los países del orbe; lo cual, lejos de ser un consuelo es una muestra clara de la pérdida de valores y consideración para los seres humanos.

Hoy por hoy, la lucha contra la corrupción va más allá de sistemas y sanciones a servidores públicos. Sí es importante abatir la impunidad rampante que existe, pero también lo es la necesidad de promover valores de consideración y solidaridad entre los individuos. Es una lucha generacional y cultural, por retomar el camino hacia la revalorización de la condición humana.

@AndresAguileraM