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Durante la pasada jornada electoral, observamos que en las cuatro entidades en las que se eligieron autoridades por la vía del sufragio, la única —y principal— constante fue la insatisfacción ciudadana. No importa que partido o coalición

hubiere sido el triunfador de la jornada; lo cierto es que la insatisfacción, la incredulidad y la desconfianza prevalecen en la sociedad.

El sistema electoral mexicano ha sido uno de los grandes triunfos de nuestra democracia, fruto innegable de la convicción ciudadana por consolidar mecanismos confiables para garantizar una transmisión pacífica del poder político en el país. Instituciones complejas, como el INE y los institutos de cada entidad federativa, articulados en sistemas, procedimientos y mecanismos, son la materialización del trabajo que, durante décadas, se fue construyendo y materializando un instrumento efectivo, en el que el vértice fuera la participación de la ciudadanía.

El mecanismo electoral está creado y las instituciones están consolidadas; sin embargo, es necesario que demos un paso adicional que implica el tránsito de un sistema de imagen pública; de la búsqueda permanente de personalidades; de partidos —entendidos como simples maquinarias electorales— a uno de proyectos, que no sólo dé claridad de rumbo al país, sino —además— permita cierta continuidad en las acciones gubernamentales, para con ello dejar de ser un país que se “crea y destruye” cada seis años.

México requiere de un Gobierno de Coalición en torno a un mecanismo que permita consolidar planes y programas de largo aliento; es decir, crear un programa general transexenal, que se proponga cumplir y evaluar metas a largo plazo, que tengan como objetivos primordiales la justicia social y el desarrollo responsable y sostenido del país. Este programa debe ser el que esté sujeto a consideración de la población; no una persona, caudillo o instituto monolítico y antidemocrático; no una imagen artificial, producto de la mercadotecnia que, en muchas ocasiones, carece de fondo y sustancia; o una oligarquía ensoberbecida, cuya principal promesa sea el alejamiento de las realidades y necesidades de la gente.

Un programa en el que los “qués”, “para-qués” y “cómos” sean lo que se ofrezca a la población y no imágenes y estrategias de mercado, robustecidas de promesas irrealizables. Que permita que diversas expresiones políticas o ideológicas, se sumen al mismo, aporten sus talentos y capacidades para crear una comunión de fuerzas progresistas para el cambio y el desarrollo.

Para ello, no se requiere personajes que enaltezcan el “culto a la personalidad” sino alguien con capacidad de conciliación y negociación; que anteponga la realización del programa a cualquier otra pretensión egocéntrica, y que tenga una gran capacidad de negociación, conciliación y diálogo; para sumar voluntades a su materialización. Alguien, cuya principal característica, sea —paradójicamente— ser un político en toda la extensión de la palabra; cosa que —hoy en día— lastimosamente, le hace mucha falta a México.

@AndresAguileraM