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Sin ánimo de pretender ser un paranoide antineoliberal, ciertamente la condición del modelo económico que han seguido la mayoría de las naciones del orbe, pareciera no dar los resultados prometidos por los ideólogos del Consenso de Washington.

Según datos obtenidos del Centro de Finanzas Públicas del Congreso de la Unión y del INEGI, en México, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de los gobiernos revolucionarios, osciló entre el 20 y 23% de crecimiento durante los sexenios de Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortinez, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz; en tanto que en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez decreció al 16.20% y, con José López Portillo alcanzó un promedio de crecimiento del 24.36%.

En el sexenio de Miguel de la Madrid, momento histórico en los que comenzó la implementación de los postulados de los “Chicago Boys” en el manejo de la economía mexicana, el PIB decreció -10.87%, debido a las constantes devaluaciones y a los ajustes permanentes en la política económica; en tanto que con Carlos Salinas de Gortari, incrementó al 12.48%. A partir de ese momento, el proceso de crecimiento comenzó a desacelerarse; a saber, con Ernesto Zedillo, incrementó en 11.18%; es decir, 1.3% menos que el periodo anterior. Con Vicente Fox, sólo creció sólo en un 4.47%, y con Felipe Calderón, alcanzamos un crecimiento marginal de sólo el 2.02%. El sexenio actual, tiene una tendencia muy parecida, evidentemente el país no ha crecido más allá de este porcentaje.

Pero ¿qué tienen en común estos periodos políticos, que han implicado un notorio estancamiento de la economía mexicana? La respuesta a raja tabla que se percibe es que el gobierno no sirve para generar bienestar.

Considerar que las simples reglas del mercado, así como la buena voluntad de las personas, habrán de generar —por sí mismas— un beneficio económico que permeará en todas las esferas de la sociedad mexicana es, por decir lo menos, ingenuo y falso. La historia reciente nos ha demostrado que, ni las fuerzas del mercado y ni el simple fortalecimiento de la macroeconomía, son acciones suficientes para generar bienestar. Para ello, hace falta la participación más activa de las instituciones de gobierno en las actividades de fortalecimiento económico nacionales. Insisto: la historia reciente del mundo así lo marca.

Es tan evidente, como el incremento de la brecha internacional entre pobres y ricos extremos. En las grandes orbes del mundo, cosmopolitas por naturaleza, se puede apreciar este lastimoso fenómeno, pues mientras en Paris, afuera de Galerías Lafayette, uno puede apreciar a las acaudaladas —y numerosas— familias de los jeques petroleros, despilfarrar millones de Euros en una sola tarde, al tiempo que vemos a un depauperado pidiendo limosna para comer. Sin irnos tan lejos, en la propia Ciudad de México, en el Paseo de la Reforma, podemos observar este mismo fenómeno a cualquier hora del día.

De este modo, debiéramos regresar a los Sentimientos de la Nación de Morelos y hacer que las leyes “… moderen la opulencia y la indigencia; y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”.

@AndresAguileraM