El domingo ocho de marzo, el estruendo se materializó en una gigante ola con tonos

 morados y lilas que inundaron las principales calles del Centro de la Ciudad de México. Cientos de miles de mujeres —sororas y solidarias— se unieron al clamor generalizado por que cese la violencia que diaria, cotidiana y recurrentemente viven. En Paseo de la Reforma, Avenida Juárez, Eje Central Lázaro Cárdenas, las calles de Francisco I. Madero, Cinco de Mayo y la Plaza de la Constitución, se escuchaba cientos de miles de voces que, con arengas, cánticos y bailes, con el puño en alto, marcharon para darle voz a millones de mujeres que por la violencia hoy ya no pueden hablar.


El lunes nueve de marzo, la ausencia mayoritaria de las mujeres causó más estruendo que el grito enardecido del domingo. El silencio fue ensordecedor. Indudablemente se materializó la ausencia de aquellas que, con motivo de la violencia, se desaparecen de nuestras vidas y que, innegablemente, generan un vacío sumamente doloroso.


Soy un convencido de la necesidad imperiosa de erradicar cualquier tipo de violencia y de realizar todas aquellas acciones que sean necesarias para generar equidad en el desarrollo de la vida social de las personas, principalmente de las mujeres quienes, innegablemente, a lo largo de la historia de la humanidad, han vivido condiciones de inequidad e injusticias que, incluso, —y para pena de todos— se llegaron a institucionalizar.


Hoy —afortunadamente— en la sociedad existe voz valiente que denuncia, hay oídos prestos a escuchar, sensibilidad para atender y convicción para exigir a las instancias gubernamentales que actúen en consecuencia y resolver, desde la raíz, este penoso asunto que tanto daño le ha causado a millones de mujeres en todo el territorio nacional.


El gobierno está obligado a actuar y atender el problema como un asunto de Estado. Dejar atrás la mezquindad política, tener altura de miras y aceptar la responsabilidad que le corresponde, es lo que exigen y anhelan millones de mujeres y niñas que, a lo largo y ancho del territorio nacional, a diario salen con temor de no volver con vida a sus casas, que son víctimas reiteradas de violencia física y emocional por su círculo cercano y que, de forma recurrente, son demeritadas y denigradas en su humanidad, sujetas a la peor de las condiciones: la cosificación del ser humano.


Como decía Karl Marx en sus Reflexiones Filosóficas: el nivel de desarrollo de una sociedad se mide a partir del trato que se les brinda a las mujeres.


Es momento de dejar atrás la inmundicia de la barbarie que implica desestimar el problema de la violencia contra las mujeres y niñas. Ciertamente prevenirla y sancionarla es obligación de todos, pero más de las instituciones gubernamentales que tienen como función primigenia y fundacional el brindar seguridad a todas las personas que conforman el Estado.


@AndresAguileraM