Como se observa en la imagen institucional del Gobierno de México, nuestra historia política ha estado marcada

por tres momentos principales: la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Fue, precisamente, tras la gesta armada y la instauración del gobierno, el momento de la consolidación de la República Mexicana en donde se establecieron mecanismos pacíficos para la transición del poder con lo que, como consecuencia, se sentaron las bases para un desarrollo constante y sostenido.

Sin afanes partidarios o ideológicos, la realidad es que la gran virtud de los gobiernos postrevolucionarios fue la creación y consolidación de instituciones que, teniendo como base lo ya construido por el régimen porfiriano, generaron condiciones para el crecimiento económico, dentro de un estado de derecho que ha brindado certeza y condiciones para crear un verdadero bienestar y justicia sociales. 

La perversión de todo aquello que se fue gestando a lo largo de más de 80 años, llevó a una desilusión generalizada, principalmente por la carencia de procesos democráticos, el abuso del poder y una rampante y grotesca corrupción, los que fueron los motores principales para exigir cambios tanto en la forma de gobierno como en la clase política gobernante. Todo ello, en el entendido que México es un país de instituciones que, independientemente de los avatares políticos, los avances alcanzados servirían de piso para catapultarnos a condiciones de mejoría y equidad.

La transición democrática llegó con un baño de esperanza que, más pronto que tarde, mostró deficiencias connotadas y vicios más arraigados que los deseos y convicciones por el bienestar de quienes formamos parte de esta generosa patria. La desesperanza se presentó junto con una desilusión generalizada que rápidamente se transformó en ira y resentimiento para con una clase política indolente, corrupta, ociosa, avariciosa y, sobre todo, desinteresada por la función y la convicción por el servicio público. 

De este modo, la transgresión y disrupción al sistema establecido se vuelve una exigencia popular que pronto se izo en una bandera enarbolada por un movimiento político cuya oferta principal fue romper —de tajo— con el statu quo y abrir paso a una nueva transformación de la vida pública del país, teniendo como motor principal la ira, el descontento y el resentimiento. 

Estas condiciones imperan el desmantelamiento y destrucción de instituciones junto con la transformación de mecanismos empleados en el pasado, sin establecer otras que las sustituyan o que las continúen, sin medir las consecuencias ni las repercusiones a corto, mediano y largo plazo que implicarán, necesariamente, un perjuicio inminente para la población.

Desmantelar y transgredir todo aquello que se creó en el pasado implica, necesariamente, dejar de lado la base de un futuro mejor, pues, como en cualquier edificación, no se puede construir un edificio más alto y con mejores perspectivas para la sociedad mexicana, destruyendo lo construido hasta los cimientos.

Los avances alcanzados hasta hace menos de una década en seguridad, educación, salud, seguridad social, infraestructura, economía, institucionalización del poder y democracia, desgraciadamente, no sólo han sido detenidos sino aniquilados. Se destruyeron grandes avances que han dejado en el desamparo a los más desprotegidos del país y los grandes acreedores de nuestra historia: los pobres; quienes, paradójicamente, son la base social más leal con la que cuenta el actual régimen, precisamente, teniendo como fuente de cohesión la ira, el resentimiento y la desesperanza. 

De este modo, la herencia que nos dejó la sangre, el esfuerzo y las convicciones de cientos de patriotas que entregaron su vida a la construcción de un país de instituciones, hoy está siendo dilapidado en afanes de transformación que nos regresan a las épocas más oscuras de nuestra historia; esos pasajes donde la fuerza y el poder del Estado se utilizan como gigantescas bolas de demolición sin que se aprecie la intención de crear algo nuevo que brinde condiciones para el bienestar para todas y todos los que somos México.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM