Desde la década de los años noventa, el país clamaba por cambios de fondo en la vida pública. La añoranza de

transformación, las posibilidades de mayor desarrollo y un reparto más equitativo de la riqueza se presentaban como metas realizables ante la apertura comercial del país. La creación del bloque comercial de América del Norte generó expectativas de un mayor crecimiento económico y de transformarse en un mecanismo eficaz de reivindicación y justicia social. La posibilidad de incorporarnos al primer mundo, por primera vez en la historia independiente del país, era un objetivo alcanzable.

Para lograrlo, era indispensable que el sistema político se actualizara en la misma proporción, para que no se volviera un lastre que entorpeciera ese proceso tan prometedor. Tan es así que, en la segunda parte de su discurso, Colosio Murrieta afirmó con énfasis: “¡México no quiere aventuras políticas! ¡México no quiere saltos al vacío! ¡México no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces! ¡México quiere democracia, pero rechaza su perversión: la demagogia!”

En líneas posteriores, reitera su convicción socialdemócrata al afirmar que el gobierno debe ser un instrumento para generar condiciones equitativas de desarrollo. Precisó su intención de modificar el sistema federal, refrendar el respeto a las atribuciones de los poderes de la unión y hacer más eficiente el sistema de impartición de justicia, siempre en respeto a su independencia. Así manifestó la base de su plan para la reforma al poder, para lo que reiteró su compromiso por hacer política, de esa noble y digna actividad en la que el diálogo, el entendimiento, el respeto y los acuerdos son su forma de materializarse. 

Asimismo, propuso una reforma electoral de fondo para que la vida política de México cobrara plena democracia; refrendó su convicción de hacer que los organismos electorales cobraran plena autonomía y, con ello, se garantizara un verdadero avance democrático.

Así las propuestas de Luis Donaldo Colosio Murrieta ante una realidad que se vivía en 1994 en el país. Desde hace casi 30 años, apreciaban México con graves deficiencias en seguridad y certezas jurídicas, donde las desigualdades generadas por un reparto inequitativo de la riqueza habían propiciado el levantamiento zapatista que sorprendió a casi todo el mundo, salvo a aquellas comunidades indígenas que, durante más de 500 años, fueron marginados, olvidados, sobajados y despojados de tradiciones, costumbres y tierras. 

Un México en el que carecía de empleos bien remunerados, de jóvenes sin acceso a educación y preparación de calidad, que por las condiciones de pobreza y marginalidad se vuelven presa fácil de la cooptación de la delincuencia. De mujeres viviendo en una sociedad desigual e injusta por el hecho de serlo. De empresarios desalentados por el burocratismo y la corrupción. De maestros, universitarios, investigadores que carecen reconocimiento a su actividad profesional, cejados en el abandono y el desinterés gubernamentales.

Sin olvidar que, desde aquel entonces, hablaba de la angustia social generada por la falta de seguridad, de servicios públicos deficientes y, sobre todo “…un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada… por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.

Después de tres décadas, los problemas de México siguen siendo los mismos. Las exigencias sociales y sus soluciones parecieran inmutables. Al parecer, el único cambio que hoy se percibe es, lamentablemente, una desesperanza que nos inunda cada vez más ante un evidente horizonte de retroceso.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM