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Nuestro país vive momentos determinantes en su historia y se ha optado por proponer “nuevas fórmulas” que prometen “viejos resultados”. La experiencia liberal “laisses faire, laisses passer”, hoy retoma fuerza en el gobierno mexicano, mientras el mundo debate entre el libertinaje económico absoluto o participación del gobierno.

En esta lógica nuestro gobierno, en un ánimo “reformador” y “transformador”, abre a la participación privada y extranjera, prácticamente sin restricción, sectores que se habían reservado estratégicamente al gobierno, como lo es el energético. Esta apertura –que se ha anunciado y publicitado de forma por demás insistente– la mayoría de la población la percibe como laxa, oscura y desregulada, muy lejos del optimismo oficial, pues el discurso opositor –acremente conservador, por cierto– la antesala de la pauperización del país.

Cierto, mantenernos como estábamos nos condenaba al ostracismo y a la inmovilidad, pero aún es válido cuestionarse si la apertura total, como se dio en la tan difundida reforma energética, era realmente la solución.

Al ceder el gobierno la tutela de los sectores energéticos, se rompió con uno de los principales dogmas del nuevo sistema político mexicano –la Expropiación Petrolera de 1938– y se abre un nuevo esquema en el que la inversión privada puede participar en procesos otrora constreñidos en exclusividad para los órganos del Estado. Efectivamente, se renuevan los mecanismos para la extracción de hidrocarburos y la generación de energía pero –considero– que los costos de naturaleza social y política, aún no han sido debidamente calculados. Sólo el tiempo dará la respuesta.

Ante este panorama, el papel del gobierno será preponderante en los aspectos de regulación, pues si bien es cierto que se abrieron los procesos de producción y distribución de la energía al sector privado, también lo es que hoy, como nunca, el gobierno tiene amplias potestades de regulación. Con esta facultad, es posible obtener beneficios de naturaleza social y económica para que el gobierno genere bienestar y desarrollo.

Con la apertura del sector energético, se abre una nueva etapa en la vida del país. Cierto, genera dudas y suspicacias –lo que hace que se incremente la duda y el recelo respecto del optimismo oficial– pero la reforma ya está y no tiene vuelta atrás. Por ello –y aunque nos pese reconocerlo– la discusión debe partir de las reformas que ya son realidades y, consecuentemente, debe ser punto de partida para las nuevas exigencias al gobierno.

@AndresAguileraM