Después de que le quitaron la vida en Lomas Taurinas, Tijuana, Baja California, brotaron por todos lados los

“confidentes” de Luis Donaldo Colosio Murrieta. Los que se jactaban de que compartían secretos con el candidato presidencial malogrado, sus desventuras, angustias y dificultades personales.

Falso. Colosio era extremadamente hermético, no le confiaba secretos ni a su sombra. Tampoco a su papá Luis Colosio Fernández ni al resto de la familia. A nadie.

El papá supo de la vida política de su hijo por los que realmente estuvieron cerca de Colosio.

Después el papá empezó a manejar esa información en declaraciones de prensa.

Daba la impresión de que siempre mantuvo comunicación con su hijo. Fue mínima, raquítica.

Cuando Colosio quería darle algún aviso a su progenitor, lo hacía a través de un tercero, no de manera directa.

A Colosio no le alcanzó el tiempo ni para disfrutar a sus hijos.

Los “confidentes” se dieron vuelo tejiendo historias y muchos de ellos declararon ante los fiscales asignados para investigar el caso. La autoridad desechó más de 600 declaraciones por falaces.

Quienes llegaron a insinuar que era importante que los investigadores miraran hacia la residencia presidencial de Los Pinos, terminaron por enterarse que Colosio se reunía con Carlos Salinas cada domingo.

Y el famoso discurso del candidato del seis de marzo, una noche antes, por instrucciones del mismo Colosio, llegó a manos de Salinas, por si tenía que hacer alguna observación.

Ninguna observación.

Arturo Zárate Vite

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