El problema de la Corte y el poder judicial no empezó el día que la ministra Norma Piña se quedó sentada y no se levantó,
de acuerdo con el protocolo, a la llegada del presidente Andrés Manuel López Obrador al teatro de la República en la ciudad de Querétaro.
Todos se levantaron en el salón plenario, menos ella, sin que hasta ahora la ministra presidenta haya explicado los motivos que tuvo para no ponerse de pie. ¿Qué tal si estaba cansada o tenía un problema con sus rodillas? En cualquier caso, fue interpretada como una descortesía escandalosa en el 106 aniversario de la Constitución mexicana.
“Peccata minuta”, como dirían los clásicos, a la que para nada podría atribuírsele la decisión del grupo en el poder de renovar a la Corte y al poder judicial. Para nada influyó en lo que ahora vemos, no fue lo que detonó la reforma judicial y mucho menos la elección de juzgadores.
La necesidad de renovar a la Corte ya apestaba, el sistema de justicia se estaba pudriendo. Todos y todas estaban de acuerdo en que urgía sanearlo. La propia Piña conocía esa realidad. De eso sí es culpable. No movió un solo dedo para limpiar el poder judicial.
Ni ella ni sus compañeros y compañeras en la Corte. Se cruzaron de brazos, convivieron y toleraron los vicios, el nepotismo, las resoluciones por consigna, los favores a los poderes y la negligencia con el pueblo. La imparcialidad e independencia solo estuvieron en el papel.
Fue su negligencia y no que Piña se haya quedado sentada lo que obligó a renovar el poder judicial.
Arturo Zárate Vite
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