Entender la lógica (si es que hay alguna) de las acciones, las declaraciones, las propuestas, las decisiones, la retórica, el lenguaje y los muy abundantes despropósitos, dislates,

 barbaridades, desfiguros y ocurrencias con los que nuestro inquilino de Palacio intenta a diario modificar, socavar, ignorar, reformar, desatender, desacreditar, violar o corromper sin mesura ni pudor los valores y principios democráticos que rigen nuestra sociedad, exige situarse en un plano distinto. Alejado del pluralismo, de los cauces institucionales, de la separación necesaria de poderes, de los mandatos constitucionales, de la igualdad frente a la ley, del derecho a disentir, del respeto a la voluntad mayoritaria expresada a través del voto, de la libertad de prensa y expresión, de la certeza y la seguridad que proporcionan los marcos jurídicos, hay tan solo un objetivo que impulsa sus propósitos, una teleología de su ambición que desemboca siempre en el mismo punto: el ejercicio irrestricto y autocrático del poder. Tal es el deseo que lo deforma, que lo conduce a la transgresión, a las trampas de la "hybris"; esa intemperancia impulsiva e irracional que vulnera el orden, que nos hace perder el contacto con la realidad, que desprecia las ataduras y los límites. No en vano, durante las ceremonias de coronación de los papas se quemaban ramas de lino y, una vez consumidas, resonaban las palabras de un monje para recordar al nuevo pontífice su fragilidad y lo vanas que pueden resultar las aspiraciones mundanas y las ambiciones del poder: "Sancte Pater, sic transit gloria mundi" (Santo Padre, así pasa la gloria del mundo"). Bajo los influjos de la ambición, infectado por el germen de un narcisismo desmedido, nuestro inquilino de Palacio trastoca la realidad, convertida ahora en su escenario, en el foro perfecto para conquistar la gloria, en ese espacio que la historia "le tenía reservado" para transformar el mundo. De ahí su mesianismo, su exagerada auto-confianza, su desprecio por el consejo o por la crítica ajena, su delirio de trascendencia histórica, su convicción de que será la historia o Dios y no sus iguales quienes lo juzguen, la certeza de su superioridad moral, la sobreestimación de su capacidad de logro y de consecución, su desacreditación de los poderes paralelos, la forma en que fusiona su voluntad con las necesidades y los fines últimos del Estado, su apropiación delirante del parecer popular. ¿Pero a dónde nos habrá de conducir la insensatez de tales rasgos? ¿Cuáles son los riesgos que se ocultan tras esa fe desmedida en sus propias capacidades, tras esa convicción delirante de su papel histórico y salvífico hinchado de desmesura, de mesianismo y de soberbia?
La respuesta es simple y podría revelarse si intentamos descifrar los pensamientos y las intenciones que se esconden tras las recientes declaraciones que hizo en ocasión de la propuesta para ampliar el mandato de Arturo Zaldívar en la corte:
"El ministro presidente de la Corte es un hombre íntegro, honesto, y que ayudaría mucho en la renovación del Poder Judicial, porque urge la reforma al Poder Judicial, entonces si ya se están por aprobar leyes para combatir la corrupción en el Poder Judicial para combatir el nepotismo, si ya se probaron esas leyes y para llevarlas a la práctica se requiere que el actual presidente continúe dos años más porque es garantía de que de esos cambios se van llevar a la práctica, que se van a realizar, yo estoy de acuerdo [...] Si no se amplía el periodo, quien llegue va a ser más de lo mismo, va a significar más de lo mismo, más de lo anterior, más de lo que significaba el antiguo régimen. Entonces, no olvidemos que estamos aquí para transformar, no venimos a que las cosas continúen igual".
Basta reformular el discurso con una mínima dosis de suspicacia, analizarlo nuevamente bajo la lupa de la intencionalidad, bajo una mirada que apunte a los móviles ocultos:
YO soy un hombre íntegro y honesto que ayudaría sin duda a reformar la patria, por urge completar la transformación, entonces si se han de aprobar las leyes para combatir la corrupción, para combatir el nepotismo, si ya se probaron esas leyes y para llevarlas a la práctica se requiere que YO continúe por dos años o más para garantizar los cambios, estoy de acuerdo [...]. Si no se amplía MI periodo, quien llegue va a ser más de lo mismo, va a significar más de lo mismo, más de lo anterior, más de lo que significaba el antiguo régimen. Entonces, no olvidemos que estamos aquí para transformar, no venimos a que las cosas continúen igual
Ridículo para quien insiste en situarse en la dimensión de las normas y la lógica de la democracia; un peligro real para los que leemos entre líneas.
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina