Nacida en San Petersburgo en el seno de una familia de clase media alta, Alissa Zinovievna Rosembaum aprendió a leer de forma autodidacta con tan solo 6 años de edad y pronto descubriría su vocación como escritora. En sus tempranos años escolares fue testigo de la revolución bolchevique de 1917,

a la que repudió sin ambigüedades. Debido a los combates, se refugió en Crimea al lado de su familia. Fue golpeada por el hambre y las penurias económicas tras la confiscación de la farmacia de su padre por el victorioso régimen soviético. Experimentó los rigores del socialismo real y vivió los años del terror rojo plagados de represión, detenciones y ejecuciones en masa. Las terribles vivencias de aquellos años aciagos, su repudio por la desintegración del pensamiento libre y su odio contra cualquier forma de ideología totalitaria o contra toda expresión de intolerancia, quedarían plasmados en muchas de sus obras. Escapó de aquella vida de terror y emigró a los Estados Unidos para no volver nunca a Rusia. A pesar de sus aspectos criticables, la filosofía de la que más tarde adoptaría el nombre de Ayn Rand, nos brinda amplios espacios para la reflexión en torno a esta nueva embestida colectivista que, montada a lomos de un populismo grotesco, que disfrazada de "transformación histórica", ha infectado la sociedad mexicana con el germen de la imposición ideológica, de la intolerancia, de la injerencia abusiva del Estado y de la división facciosa. Para Ayn Rand, cada individuo tiene derecho a existir para sí mismo, a ejercer libremente su facultad de razonar, a establecer sus valores al margen de la imposición o la coerción, a rechazar cualquier forma de determinismo, a no inmolarse en aras de una utopía colectiva: Así, ningún orden social o Estatal puede estar por encima de nuestros valores individuales, de nuestro derecho a la propiedad o al  libre ejercicio de la razón, que nos distingue y nos dignifica como seres humanos. El hombre es un fin en sí mismo y no un medio para los fines de los demás. Pero tales principios parecen ajenos a este nuevo orden populista que transforma el "deseo de las masas", puesto siempre en la boca del líder, en una "voluntad sagrada" que confiere a su representante un poder omnímodo, que se sitúa por encima de los derechos individuales, de las instituciones, de las leyes o de los poderes alternos, y que le permite expoliar y estigmatizar a esa minoría pensante que no comulga con el guión o que se presume contraria a la concesión del "voto". Tal minoría (donde podemos estar Usted o yo) será señalada con algún apelativo y colocada de manera automática en el cajón de sastre de los "adversarios". De esta manera, se genera la brecha, la grieta, la escisión necesaria, el buscado enfrentamiento entre amplios sectores de la sociedad, en el que unos serán presentados como responsables de la pobreza, de la desigualdad y las desgracias de los otros: Este arreglo perverso hace posible la criminalización del logro personal, del esfuerzo productivo, de la riqueza bien habida o de la propiedad privada que resulta del trabajo honesto. Es así como se construye la justificación moral para el expolio y la explotación de los sectores más productivos de la sociedad, que habrán de financiar a través de un asistencialismo indigno y paralizante, la "compra de los votos y las voluntades". Resultado final: la anulación del individuo a través del vasallaje, de la sumisión ideológica. Todo desacuerdo o toda deliberación serán desacreditadas como especies mutantes del pensamiento único. 

Debemos librarnos del estigma. Ejercer la libertad no nos convierte en criminales. Para decirlo desde la perspectiva filosófica de Ayn Rand, "nuestra vida es nuestra y, por lo tanto, también lo es la responsabilidad de cargar con ella". 

Culmino mi reflexión con un texto de esta extraordinaria mujer que viene a cuento en el marco de nuestra realidad política inmediata:

“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.”

Dr. Javier González Maciel.

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina