Hay silencios cobardes, reveladores, incomprensibles o incluso imperdonables. Ahí donde hacía falta el compromiso solidario, la empatía

fraterna, el apoyo incondicional, la asistencia inmediata, el accionar oportuno, el apersonamiento mismo, el consuelo sincero, las declaraciones balsámicas de uno de esos jefes de Estado que se ocupan de algo más que de sí mismos, nuestro inquilino de palacio, nuestro ínclito Houdini tercermundista, hizo gala una vez más de sus dotes de escapista; donde debía estar su voz, apareció su mudez. Ni un solo asomo de conmiseración, ni el más mínimo indicio de ese dolor compartido que envuelve a las desgracias.  Sólo la ausencia cómplice; culmen de la omisión, apoteosis de la indiferencia, paradigma de la insensibilidad y el desapego. Ahí donde era necesario que irrumpieran las palabras de aliento, el consuelo, el gesto comprensivo y humanitario, sólo apareció ese otro silencio, el que Octavio Paz describiera como "aguda torre, espada que sube y crece y nos suspende mientras caen recuerdos, esperanzas, las pequeñas mentiras y las grandes". ¿No es acaso el callar un acto voluntario? ¿No conlleva la carga moral de la omisión cuando los hechos exigen que se hable? ¿No es razonable pedir que ante una desgracia de enormes proporciones, que ante la perturbadora imagen de los vagones desplomados, los gritos de los heridos y la mudez irreversible de los muertos, se pronuncie de inmediato el presidente de un país, al menos en aras de esa mínima solidaridad que la población espera de un Jefe de un Estado? ¡Pero no! Había que preparar las evasivas, las excusas; había que pensar en las salidas, construir los culpables, encontrar el humo necesario para esconder el desastre. Nuestro inquilino de Palacio no se pronunciaría sobre la tragedia sino hasta la "mañanera" siguiente, sólo para cederle la palabra a la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, para endilgarle el peso del discurso, para endosarle la responsabilidad de esa explicación que la ciudadanía demandaba ante tanta ineptitud, ante la falta de acciones frente a los reiterados avisos que presagiaban la catástrofe. Luego vendrían sus huecas condolencias, con ese mismo sabor que tiene el "pésame" de quien acude a un velorio sin conocer al "muerto": "Por ahora, nuestro abrazo fraterno, sincero a los familiares de las víctimas y todo nuestro apoyo a los heridos, que vamos a seguir atendiéndolos para salvarle la vida, para que no tengamos más fallecimientos. No podemos como aquí lo mencionó Claudia, caer en el terreno de la especulación y mucho menos el de culpar sin tener pruebas a los presuntos responsables. Y ahora..."Si les parece, pasamos ya al Pulso de la Salud". 

Nada más revelador: hay que pasar a lo que a él le interesa, a esos asuntos que giran en torno suyo, que aluden a sus logros y no a sus fracasos; volver a su persona, a su insufrible jerigonza, a su "transformación" imparable y miope, la que camina insensible sobre los muertos de la pandemia, la que miró desde la lejanía de un avión a los ahogados de Tabasco, la que se esconde en el silencio ante los gritos de los que agonizan o mueren entre los fierros retorcidos de su "línea dorada". Bastaron unos minutos tras las expresiones de "condolencia", para su regreso al narcisismo, a ese mundo carente de empatía donde se expande y se regodea. Ese espacio que comienza y termina en el ámbito del su "Yo": "Yo lamento que los medios de información en el país estén tan obcecados en atacar al gobierno que represento, desde el tiempo del presidente Madero no se tenía una prensa así, tan tendenciosa, golpeadora, defensora de grupos corruptos, una prensa que se dedica a mentir constantemente; con honrosas excepciones, para no generalizar, pero son muy pocas las excepciones. La regla es que tenemos la prensa más injusta, la más distante, la más lejana al pueblo y la más cercana a los grupos de poder conservador. Es un tiempo de oscuridad para los medios de información".

¿Quién ante la muerte y la desolación del "otro" se lamenta de sus propias desgracias, de los ataques arteros de la prensa injusta? ¿Qué tiene en las entrañas quien en medio de la pérdida inesperada de seres humanos, causada por la ineptitud y la irresponsabilidad de las autoridades, se conduele de sí mismo por las agresiones de sus fantasmas? ¿No equivale acaso al terrorista que, con la destrucción de fondo, usando como marco la desolación que ha dejado su proceder malvado, se toma el tiempo para tomarse la "selfie"?

Hay algo señor que importa más que Usted, algo que representa el sustrato básico sobre el que se montan los valores; la libertad, la justicia, la equidad, la justa repartición de los bienes, el bienestar de los ricos o de los pobres, la felicidad o el progreso. Algo que para Usted parece tener poca importancia, algo que no es prioritario en su quehacer político, algo que puede ser despachado con unas cuantas frases de su retórica retorcida para que pueda centrarse en lo verdaderamente importante, en su proyecto bananero y vacío, en su delirante misión histórica, en su proyecto mesiánico: La vida misma. 

Dr. Javier González Maciel 

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina