Cabe preguntarse la suerte de efugios, falsedades, mecanismos manipulativos, embelesamientos ideológicos y subterfugios políticos que sostienen la imbatible popularidad del partido político hegemónico que, de acuerdo con 

las aterradoras predicciones de las últimas encuestas, podría conformar de nuevo la apisonadora democrática, la grey obediente, el guiñol impresentable de los títeres serviles. Ni la contundencia del fracaso en su gestión gubernamental, con el peor desempeño económico desde 1932, ni las cifras récord de homicidios y feminicidios de los últimos dos años, ni las tasas más altas de mortalidad en América Latina atribuibles a su nefanda gestión de la pandemia (improvisada en las rodillas de un matasanos con licencia), ni la quiebra de más de un millón de empresas, ni el panorama desolador que prevén los expertos para el 2021 con un 15% más de nuevos pobres (que serán recibidos con júbilo en la espaciosa y denigrante trampa del asistencialismo Obradorista), ni el ataque descarado a los poderes alternos, los organismos autónomos, las instituciones electorales y la prensa libre, ni las reiteradas violaciones al orden legal y Constitucional, ni esta nueva República Bolivariana "made in México" con un hedor cada vez más penetrante a autoritarismo y a reelección, ni el abandono y la crueldad mostrada ante los niños con cáncer, ni la negligencia criminal que precipitó al vació los vagones del metro, ni nuestro boleto gratis " al carajo" ni, en resumen, ésta reprobable aventura autocrática comandada por un mesías bananero e ignorante que anticipa el retroceso y el fracaso histórico, han logrado movilizar las conciencias, la indignación, la "rebelión", la rectificación racional, la lógica y esperada defensa de nuestra patria. No pretendo que enterremos en el olvido la vieja estela de corrupción, desigualdad y abusos que dejaron a su paso los viejos gobiernos, ni ponderar por sus méritos las propuestas de la oposición; se trata de establecer el balance, el contrapeso necesario a los excesos del poder, a las visiones unitarias, a las desviaciones megalómanas o las tendencias dictatoriales. La concentración inmoderada de poder es a menudo el preludio de la dictadura, la entronización del dominio como estrategia de control: el libro negro de los totalitarismos históricos se ha escrito en la supremacía, en la anulación de los opuestos, en las monomanías "ideológicas", en la purga y la persecución, en la instrumentalización y la manipulación de la las instituciones o la ley en perjuicio del "otro", en la irracionalidad de la consigna y del dogma, en la insolvencia de la argumentación "afectiva", en la insolidez de las creencias, de la estigmatización o del prejuicio. A un paso de la contienda electoral, bombardeados por eslóganes doctrinarios que encasillan como un miembro "privilegiado" de las élites conservadoras o como un enemigo inconfesado del bienestar popular a cualquiera que, desde las trincheras de la libertad, la inteligencia o la racionalidad, se oponga a la locura autocrática de nuestro "falso Mesías", es necesario rescatar el argumento, la verdadera inteligencia, la que se ancla en la evidencia, la que se aferra al conocimiento, la que recurre a la fundamentación y al convencimiento reflexivo; esa que se apuntala en los datos, en la evidencia objetivable, en la contundencia de las cifras y los hechos.

Renunciar al análisis, abandonar la independencia de nuestro "yo" ante la necesidad inconsciente de fundirnos con "alguien" autoritario y poderoso, disminuirnos a nosotros mismos para someternos en el plano de una conformidad complaciente a la fuerza omnipotente de un Mesías político, rehuir nuestra capacidad de autoafirmación para supeditarnos voluntariamente a un orden superior e imbatible, es una tentación frecuente, una manifestación de lo que el psicoanalista Erich Fromm llamó el miedo a la libertad.

Nada más a cuento ante la cercanía de la contienda electoral que las palabras de Fromm a propósito de este asunto: "la expansión [...] de la democracia depende de la capacidad de autogobierno por parte de los ciudadanos, es decir, de su aptitud para asumir decisiones racionales en aquellas esferas en las cuales, en tiempos pasados, dominaba la tradición, la costumbre, o el prestigio y la fuerza de una autoridad exterior. Ello significa que la democracia puede subsistir solamente si se logra un fortalecimiento y una expansión de la personalidad de los individuos, que los haga dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios",

Contra el autoritarismo de un Mesías político, el ejercicio de la libertad.

Dr. Javier González Maciel

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina