No hay pecado en el error, sino en el ánimo de ignorarlo. Tal y como lo expresara Cicerón en sus Filípicas,  "Cuiusvis hominis est errar: nullius nisi insipientis, in errore perseverare", lo que podría traducirse como "errar es propio de cualquier hombre, pero sólo del ignorante perseverar en el error". Así,

la estupidez no es una deficiencia reconocible en nuestra herramienta cerebral, ni un tropiezo inherente a las naturales limitaciones de la inteligencia humana; se es estúpido por vocación. A lomos de la ignorancia, la necedad o la insensatez, la estupidez es inflexible, inamovible y voluntariosa:  Defenderá siempre su visión estática, anquilosada y paralítica, impermeable a la crítica y  refractaria al señalamiento.  En la zanja de la estupidez no hay espacio para el "otro"; empecinado en su negligencia, limitado por su obcecación, atrapado en su "verdad" unívoca e inapelable, el estúpido se ensimisma, se vanagloria de su cerrazón, se regodea en su hermetismo. Repetirá incesante sus argumentos vacuos, ajeno a su irreflexión, inconsciente de su condición, ciego a la temeridad de su minúsculo intelecto; de ahí su peligrosidad, su naturaleza funesta. Será estéril donde haya que fecundar, destructivo y pernicioso donde haya que construir, cizañero e insidioso donde apremia la concordia. La estupidez es una especie de "luz negra"; inútil e inservible, ineficaz e infecunda. Parafraseando al filósofo e historiador económico Carlo Maria Cipolla, sólo el estúpido es capaz de ocasionar daño a los demás sin conseguir ventaja alguna para sí mismo. Así, en posiciones de poder, es más peligroso que  un bandido; arrebatará a los demás lo que ni siquiera conservará para sí mismo. Pero, ¿cuál es la característica distintiva, el núcleo fundamental, el rasgo definitorio en el perfil del estúpido? ¿Cómo reconocer su pequeñez intelectual a menudo parapetada tras su inútil verborrea? La estupidez aflora en el prejuicio, en una concepción apriorística y cuadriculada de los otros y del mundo; en el rechazo injustificado forjado en la ignorancia, en la percepción deformada que desatiende la realidad, en las "ideas" infundadas nacidas en la irracionalidad, en el "argumento emocional" o en las "razones subjetivas". ¿Puede haber indicio más claro de estupidez que el simplismo ideológico, la estereotipia insultante, la hostilidad encubierta, la naturaleza prejuiciosa e incendiaria de las recientes afirmaciones de nuestro inquilino de Palacio?

"Un integrante de clase media-media, media alta, incluso, con licenciatura, con maestría, con doctorado, [...] está muy difícil de convencer, es el lector del Reforma, ese es para decirle: Siga usted su camino, va a usted muy bien, porque es una actitud aspiracionista, es triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta."

"Sí, sí, sí, hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole; son partidarios de que ‘el que no transa, no avanza’. Es increíble cómo apoyan a gobiernos corruptos, increíble.

Yo lo atribuyo a que son muy susceptibles a la manipulación, que leen el Reforma [...]."

Tan desafortunadas como las otrora repudiadas declaraciones de Donald Trump sobre los mexicanos: "Están enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores". Aunque con una diferencia sustancial: El enemigo está ahora en nuestra propia casa. Es aquí, desde el podio mañanero, desde el centro mismo del poder, donde se siembra el encono, donde se alienta el odio, donde se fomenta la división y el clasismo. Es aquí donde se encomia la mediocridad, donde se criminaliza la meritocracia tramsmutada en egoísmo, donde nuestro manipulador estrella confunde las legitimas aspiraciones del esfuerzo, la superación y el progreso con la codicia insaciable de sus allegados al poder. Es aquí donde los mediocres han convertido el conformismo, el servilismo y la sumisión en apetecibles virtudes. Nunca más significativas la palabras de José Ingenieros: "Épocas hay en que el equilibrio social se rompe en su favor. El ambiente tórnase refractario a todo afán de perfección; los ideales se agostan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida"

Pero hay algo aún más grave, mas reprochable y vil: quién debe representar a la Nación entera, quien debe buscar el crecimiento y el progreso, la convivencia armónica y la convergencia de todos los sectores de la sociedad en la construcción de nuestra patria, destila veneno, siembra la cizaña y la confrontación, traiciona a la Nación entera denostando e insultando a los propios mexicanos. No cabe duda: "La mediocracia es una confabulación de los ceros contra las unidades. Cien políticos torpes juntos, no valen un estadista genial"

Hay algo mejor que leer el "Reforma", señor Obrador: Descifrar las mil caras de la estupidez humana. 

Dr. Javier González Maciel 

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina