Al reiterar su vinculación primigenia con el "pueblo" (opuesto siempre en el discurso a personas o colectivos con intereses antagónicos), al apelar en todo momento a una identificación plena e invariable con la voluntad, las exigencias, las necesidades, los mandatos, los "ideales" y las aspiraciones

"populares", la retórica populista pretende construir, en el núcleo mismo del imaginario social, una dinámica confrontativa, un enfrentamiento polar entre dos grupos de referentes simbólicos que conminan al interlocutor, que orillan al oyente a la "adhesión identitaria" (consciente o no) con alguno de los extremos ("pueblo-élite", "popular-culto", "pobre-privilegiado", "buenos-malos"), lo que suprime los matices, reduce nuestra realidad social a espacios de confrontación que privilegian las filias y las emociones (más que los argumentos de índole racional) y que generan la buscada cohesión doctrinaria e indisoluble entre el líder y sus adeptos. Tal polarización parece recrear los viejos dilemas del mundo y esa dualidad decimonónica entre  "civilización y barbarie", en la que "el bárbaro" es siempre "el otro", en la que se considera al adversario incapaz de aportar algo o de albergar atributos "positivos", como si ciertos ideales, aptitudes, rasgos o cualidades humanas fueran privativos o exclusivos de un cierto grupo. Pero tales escisiones artificiosas en el seno de la sociedad, reforzadas por una fuerte carga de simbolismo y por una selección cuidadosa y conveniente de los palabras, no sólo favorecen la formación selectiva de vínculos sociales; son a un tiempo el ingrediente primordial de la división y la ruptura. De este modo, las disposiciones emocionales enfrentadas, la supresión del amplio espectro de opiniones, colores y matices que caracterizan el pensamiento humano y el devenir político y social, conducen al callejón sin salida de la polarización y el odio. Odio que será capitalizado, explotado como herramienta política, instrumentalizado como mecanismo de control de masas, dirigido y alentado selectivamente contra todo aquel que pueda ser incorporado mediante ciertos rasgos simbólicos a los grupos antagónicos, a las filas de los "adversarios". El odio invita siempre al acto pre-reflexivo, moviliza a la masa, la impulsa a actuar al calor de los afectos (al margen de resultados, de evidencias o de pruebas irrefutables). Se espera que el pueblo "actúe" en respuesta a ese conjunto de dualismos interiorizados, que esté predispuesto a comportarse, a interpretar, a percibir la realidad o incluso a "pensar" en el sentido deseado. Nuestro inquilino de Palacio, nuestro experto en la siembra, en el riego y en la cosecha de los odios (al igual que muchos otros adefesios del populismo), emplean esta fórmula de dominación simbólica consistente en asignar, a cada uno de los polos enfrentados, una serie de atributos y cualidades opuestas (por supuesto, ocultando siempre la naturaleza arbitraria y prejuiciosa de tal distribución) para alimentar y usufructuar la dinámica del enfrentamiento. Así, su discurso de ayer, incendiario y resentido, violento y desafiante, plagado de epítetos, insultos y denuestos, invitaba a medir fuerzas, a enfrentar en la arena a las fieras en discordia, a medirse en la próxima consulta, a unirse de una vez por todas al "bando conveniente".

"Entonces, ya hay este precedente [el de la consulta reciente], viene ahora -lo dije ayer, lo repito ahora- viene la revocación del mandato en marzo y va a ser interesantísimo, no nos vamos a aburrir, no vamos a estar bostezando, porque el bloque conservador tiene la oportunidad ahora de reagruparse, como lo hicieron en junio, que querían que no contáramos con la mayoría en la Cámara de Diputados y se unieron todos: políticos corruptos, la mayoría de los medios de información, los sectores más retrógradas.

Salió el pensamiento rancio, conservador, que siempre se mantiene en el país desde la época de los conservadores del siglo XIX, salieron todos y se agruparon porque les molesta mucho que se ayude al pueblo, les molesta mucho que el presupuesto se destine a ayudar a la gente más humilde. Aunque ellos van a la iglesia los domingos y se dan golpes de pecho, y confiesan y comulgan, olvidan los mandamientos porque su doctrina verdadera es la hipocresía. Imagínense.

¿Qué esperaban? Fíjense el grado de prepotencia, de arrogancia. Hace como un año, menos, los conservadores votaron en la Cámara de Diputados para que no se elevaran a rango constitucional el derecho a la pensión a los adultos mayores, votaron en contra para que no se entregara la pensión a niñas, a niños con discapacidad, votaron en contra de entregar las becas a estudiantes de familias pobres, votaron en contra -porque les molesta- que se entreguen de manera gratuita los medicamentos.

¿Y qué pensaban?, ¿que la gente no se enteró?, ¿que el pueblo es tonto?

No, los masoquistas son otros y tonto es el que piensa que el pueblo es tonto."

¡Clap, clap, clap, para el sembrador de intrigas, para su articulado y prolijo rebuzno! Invitar a la revocación de mandato; artificio perfecto para consolidar la confrontación, la polarización extrema, las adhesiones doctrinarias, las filias irreflexivas. ¡Conmigo o contra mi! ¡A unirse camaradas que el "adversario" está cerca! Su intención de deshacerse de "nosotros" exige nuestra cohesión, nuestra "unidad" indisoluble. Viejo y repugnante artilugio de las consultas populistas que, disfrazadas de democracia participativa, intentan perpetuar la pugna, aceitar la maquinaria confrontativa y anular el pensamiento reflexivo en aras de la visceralidad.

¡Guárdese su consulta! ¡Se irá cuando deba irse con el imborrable estigma del fracaso y la inocultable mácula de la ignorancia! 

Dr. Javier González Maciel

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina

 

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