El diálogo es el encuentro donde se habla y se escucha, el espacio de intercambio que presupone equidad, reconocimiento del

otro, renuncia irrestricta a la pretensión de imposición (que imposibilita, ipso facto, la dimensión del diálogo). Quien "dialoga" sin escuchar, se regodea en sus monólogos. Así, el diálogo verdadero trasciende la palabra; es voz y oído, mensaje y recepción, expresión de un "yo" frente al reconocimiento de un "tú" o de un "ustedes".

El que enceguecido por el narcisismo, el anquilosamiento ideológico, los posicionamientos dogmáticos o los desvaríos del poder reclama para sí el monopolio de la "verdad", rompe la simetría del diálogo, nulifica e inhabilita al interlocutor, lo descalifica a priori como la "parte errada", le niega su capacidad de producir enunciados verdaderos: Demérito automático del hablante, pasmo intelectual, parálisis cognitiva, deconstrucción del espacio común, del encuentro productivo donde se gesta el saber. Donde se ausenta la "escucha", las voces transitan en paralelo sin posibilidad de encuentro. El apabullamiento narrativo, la "diarrea verbal", el grito y la consigna, el insulto y la descalificación, la burla y el escarnio, la impulsividad y la ofensa, son las heridas abiertas del diálogo roto, las señales inequívocas de la imbecilidad y el dogmatismo: Espacio cerrado a los matices, a la ciencia, a la reflexión, a los señalamientos del experto, a las visiones plurales, al amplio espectro de opiniones y pareceres que han forjado el progreso y la evolución misma del pensamiento humano. Para el dogmático no existe el diálogo ni la concertación. En el ámbito de la política se jactará de su sordera, de su vocación por el rebaño, por la sumisión indigna, por la incondicionalidad complaciente de los títeres y los chupamedias. Se plegará ante el capricho de su "mesías secular" y defenderá como perro rabioso sus "consignas doctrinarias". Para su empobrecida concepción binaria de la realidad, en donde lo blanco se opone a lo negro, el color es una especie de atentado imperdonable a su daltónico intelecto. De ahí su simplismo, su proclividad a los colectivismos, su propensión a las monomanías y al "pensamiento gregario". Vociferará junto a su grey para anular el diálogo, para imponer su ley a cualquier costo, aunque tenga que enlodar el mundo o asfixiar cualquier destello de razón o sensatez (rasgo inequívoco de la mediocridad, estigma inconfundible de las piaras domesticadas que, entre el hedor nauseabundo de su lodazal, pregonan a los cuatro vientos la idoneidad de su estercolero). 

Tal fue la constante, el rasgo innegable del patético "diálogo" de sordos que entablaron los legisladores de Morena con la "oposición", en las discusiones para la aprobación del presupuesto de egresos de la Federación. Renuentes a la reflexión y al análisis, instruidos en el seguidismo y en la obediencia irreflexiva, fieles a su vocación de lambones y de lamesuelas, condenados a la atrofia del lóbulo frontal que a la larga produce la sumisión incondicional, defendieron la consigna hasta la última coma. 

Motivo de festejo para nuestro inquilino de Palacio, amo y señor de las "verdades" irreductibles, culmen de la ignorancia y del autoritarismo, que oculta hábilmente tras una densa capa de demagogia y posverdad:

“Estuve pendiente del debate y estoy muy satisfecho porque todas y todos ustedes participaron, aportaron argumentos para defender la iniciativa de presupuesto y al final se logró la aprobación mayoritaria”

¿Qué debemos festejar? ¿El espectáculo simiesco de sus sicofantes obedientes? ¿El derroche grotesco de su dogmatismo sordo? ¿Los desfiguros de los que son capaces las masas descerebradas cuando se apuntalan en el número? ¿El desconocimiento sistemático de las voces de amplios sectores de la población representados en el Congreso? ¿El recorte por más de 8 mil millones al INE (única salvaguarda de que sean los votos los que determinen la distribución del poder) y al Poder Judicial (contrapeso evidente en su aventura autocrática)? ¿La inyección desmedida de capital a sus inservibles proyectos megalomaniacos y a sus programas clientelares que, lejos de mitigar las desigualdades, han sembrado la Nación entera con millones de nuevos pobres?

El 23 de marzo de 1933, el parlamento se reúne en Berlín. En la agenda legislativa del Reichstag se contempla la aprobación de la "Ley para el remedio de las necesidades del pueblo y del Estado" (comúnmente conocida como ley habilitante), que cedía al gobierno y al Canciller (ocupados respectivamente por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y por Adolf Hitler) el poder de facto para aprobar leyes sin permiso del parlamento. La ley fue aprobada con el 85% de los votos. Los partidos que apoyaron a Hitler y el partido socialdemócrata que se opuso a la aprobación, fueron prohibidos en julio de ese mismo año. La ley para remediar las necesidades del "PUEBLO" dio paso a la dictadura y a una de las más grandes desgracias de la historia y de la nación alemana.  

Dr. Javier González Maciel 

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina