“El momento nos llama a cultivar otra existencia más serena, menos distante entre semejantes, en hogares donde se injerte
el verdadero amor de amar amor, para que pueda custodiar la raíz de la convivencia con su real consistencia”.
Tenemos que cambiar de traje vivencial, con una legítima conversión del corazón, que es como se pueden generar procesos de entendimiento. Ahora bien, no se debe imponer nada, todo hemos de proponerlo, porque nadie tiene la verdad absoluta, lo que nos exige una búsqueda incesante de vías justas y humanas, sin obviar los derechos y las responsabilidades que tenemos; ya sea en mayor o en menor medida, cada cual consigo mismo y con los demás, sobre todo a la hora de salvar el bien social. O sea, que nuestra casa común al igual que sus moradores, han de trabajar los aires armónicos, con la mano tendida y extendida siempre hacia sus análogos. Para ello, sin duda, tenemos que encontrarnos y comprendernos mutuamente, cuestión cada vez más urgente y decisiva para entrar en diálogo y salir de las tiendas inútiles.
El tacto diplomático nos saca de los problemas y nos invita a la resolución conjunta, oyéndonos desde el respeto y la consideración recíproca. En realidad, lo único que debe importarnos son las cargas, no subirnos a los cargos mundanos del pedestal, que es lo que realmente nos atormenta y deshumaniza. Hay que sustituir a don dinero, por el valor de la auténtica palabra que nace del corazón y por la valía que supone hermanarse. Esto también nos exige un cambio de actitud, de disposición y de apoyo a un orbe sin fronteras ni frentes, para que en todas partes, se respete la dignidad y se intensifique el intercambio de sonrisas y abrazos positivos, tanto en el seno de las naciones. . . . como en su proyección exterior. Ciertamente, todo esto nos pide que tengamos mucho coraje, que abandonemos el conformismo y que nos comprometamos en reencontrarnos unos con otros, para querernos.
Si cada uno de nosotros trabajásemos ese noble diplomático, de modo discreto pero constante, observaríamos que se pueden modificar muchas situaciones tristes y otras absurdas realidades, ofreciendo una vida diferente, desde luego más humana y también más llevadera. Nos tormentamos con frecuencia entre sí. De entrada, tenemos necesidad de apiñarnos, de sentirnos en unión y en unidad. Para ello, se requiere un compromiso universal en favor de los más desfavorecidos del sistema, que nos desfiguran como ciudadanos de bien, hasta envolvernos los andares en la imperiosa pasividad de las piedras, sin sentimiento alguno. Hemos de reconocer, por consiguiente, que nuestra gran tarea pendiente es la de edificar un mundo nuevo, cada día más fraterno y caritativo, que refleja la compasión hacia el débil y la pasión por no adormecernos.
De ahí, la apuesta por salir de la confusión, de la continua falsedad dictatorial, que todo lo tiraniza al antojo del poder, enmascarándolo con un velo de beneficencia interesada. Hemos de despertar, por tanto, diplomáticamente. No son de recibo las violentas represiones contra nadie, como tampoco es compasivo que se recrudezcan las guerras y se maten indefensos sin cesar. En consecuencia, tenemos que plantarnos hábilmente, al menos para reimplantar una nueva esperanza colectiva. El momento nos llama a cultivar otra existencia más serena, menos distante entre semejantes, en hogares donde se inyecta el verdadero amor de amar amor, para que pueda custodiar la raíz de la convivencia con su real consistencia. Seguramente, quizás tengamos que romper el corazón protector de nuestro egoísmo, si en verdad queremos que la concordia, forme parte de nuestro abecedario viviente.
En cualquier caso, la paz debe continuar siendo un objetivo prioritario entre nosotros, ya que es un bien irrenunciable e insustituible. El esfuerzo al que todos estamos llamados, es a colaborar ya cooperar con sentido responsable, mediante el lenguaje del alma, o si quieren de la diplomacia, pero que guarden silencio las armas. Naturalmente, a poco que nos adentremos en nuestros espacios exteriores e interiores, notaremos esa falta de conciencia o esa ausencia de voluntad, por ser gentes de talento verídico y de talante humanitario. Sin embargo, el arte de lo posible, no es un imposible más, está sustentado en la firme y constante convicción de que es viable la renovación, con la revolución de una sana escucha y con la sintonía entre las miradas, más que con broncas mutuas. . . . , críticas infructuosas o evidencias de dominación. Que la habilidad diplomática, pues, vuelva a nuestras vidas.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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