El 1º de julio y las encuestas.

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¡Por fin! Después de seis meses de intensa actividad política electoral, el día de la elección está a la vuelta. El próximo domingo, habremos de asistir a las urnas a emitir los votos por la opción política de nuestra preferencia. Algunos habremos de

asistir a la urna a sufragar por quienes nos parezcan la mejor opción; otros a demostrar su enojo e inconformidad con el gobierno actual y castigarlo con el sufragio, y habrá quienes emitan un voto para evitar que otra opción pueda ganar. Así se manejaron las estrategias de mercadotecnia; su éxito o fracaso se evaluará con el resultado electoral.

Los resultados de los conteos rápidos se darán a conocer el mismo día de la elección. Sabremos tendencias y proyecciones reales, no las especulaciones que surgen a partir de la interpretación de las encuestas públicas. Ahí será cuando se sabrá si la diferencia entre las preferencias es tan marcada como se proyectó o bien las condiciones cambian radicalmente y se da una elección cerrada. Ciertamente, nada está escrito. Las probabilidades de los contendientes se muestran con los sondeos de opinión, sin embargo, no son predicciones, sino instrumentos para medir y evaluar las acciones a tomar y considerar las posibilidades de triunfo. Todo puede ocurrir y eso es un riesgo muy alto tanto para el país como para la gobernabilidad.

Si los resultados electorales coinciden con las tendencias establecidas en las encuestas, todo transcurrirá con cierta normalidad. Invariablemente habrá un gran sector de la población que no esté conforme con el resultado y así lo expresarán por las vías ordinarias; sin embargo, el gran riesgo es que se dé un resultado diametralmente opuesto a lo que han venido proyectando.

El equipo del puntero ha traído a colación al fantasma de un gran tabú en el inconsciente colectivo mexicano —el fraude— y, consecuentemente, ya han fijado su postura: no reconoceremos otro resultado electoral que no sea el que los favorezca, pues afirman —a priori— que ya son ganadores irrefutables, debido a que la mayoría de las encuestas los posicionan con amplias posibilidades de ganar la elección. Sin embargo, la historia reciente ha demostrado que fallan, como cualquier otro instrumento de medición social. En pocas palabras: las encuestas no son instrumentos de predicción del futuro, sino instrumentos de apoyo para la toma de decisiones.

Este proceso electoral ha traído consigo un gran encono en la sociedad. Los seguidores de los partidos y sus candidatos están muy enfrentados y es a consecuencia de las posturas y radicalismos expresados —sin mesura— por quienes son protagonistas de la contienda. Abonar a este radicalismo se podría calificar de irresponsable, pues sólo se atizan las flamas de un fuego que, a la postre, ni ellos mismos podrán sofocar.

El hartazgo social es mucho, más de lo que los líderes políticos se imaginan; jugar con ello es muy riesgoso, pues implica mover los cimientos de la legitimidad gubernamental que, de por sí, se encuentra colgada de un hilo muy delgado que nos separa de la barbarie y el desgobierno.

Llamemos a la concordia. El resultado electoral será; los votos se contarán y llegará al poder quien tenga más. Quienes pierdan, deberán tener el valor cívico de aceptarlo y reconocerlo, sin mezquindades ni oportunismos.

@AndresAguileraM.