¿Quo Vadis México?

Aun cuando resulta una obviedad decirlo, hay que señalar que se están acortando de manera acelerada los días para que

las y los votantes mexicanos acudamos a las urnas el dos de junio próximo, y en la discreta mampara decidamos quién y quiénes habrán de gobernarnos en los años por venir.

Aunque desde hace unas cuantas décadas, las tres últimas en particular, cada voto ha tenido un peso y un valor contundente, esta vez el peso y el valor de cada sufragio emitido será mucho mayor para el futuro de México debido a las circunstancias políticas, sociales, económicas y aún demográficas imperantes en el país, tras los resultados de un gobierno que se propuso desde el primer día impulsar un cambio de régimen, aun y cuando en su discurso inaugural el primero de diciembre del 2018 el presidente López Obrador no haya alcanzado a delinear el cabal significado de un cambio de régimen que a estas alturas de su sexenio ha dado pie a una serie de preocupaciones, temores e incertidumbre por el rumbo que va tomando la transformación que él y sus adláteres, por supuesto, defienden a capa y espada, y que alcanza de manera particular al poder legislativo, cuya docilidad extrema preocupa.

“Hoy comienza un cambio de régimen político”, dijo López Obrador en su discurso de asunción del mando. Y si ese cambio de régimen, prometido por el hoy inquilino de Palacio Nacional, aún no está del todo conformado, ya es posible para los  mexicanos observar los principales cimientos y muros del proyecto por construir, uno que -insisto- preocupa a muchos ciudadanos de este país convencidos de que más que un cambio de régimen, México demanda una profundización del sistema democrático, sustentado firmemente en una genuina división de poderes y un esquema de pesos y contrapesos, que parece cada vez más “deslizarse hacia el piso” para usar -digamos- el eufemismo que se empleó al dar cuenta del desplome de la lanzaderas de dovelas en los trabajos del Tren Interurbano en la Álvaro Obregón.

Hoy, cuando han pasado casi seis años de aquel anuncio presidencial, los mexicanos tenemos evidencia suficiente y aún sobrada del significado del “cambio de régimen” prometido entonces por López Obrador.

Claro, hay quienes simpatizan al grado del delirio con lo que podría atisbarse como el nuevo régimen lopezobradorista, al que la candidata presidencial del oficialismo, Claudia Sheinbaum, promete sumarle un segundo piso. Muchos otros mexicanos, sin embargo, han hecho evidente de muchas formas su rechazo, en particular con las tres grandes marchas, la primera el 13 de noviembre de 2022, luego la del 26 de febrero de 2023, y la más reciente del 18 de febrero pasado. Se anticipa una cuarta el próximo 19 de mayo. Todas coinciden en un rechazo a las amenazas del autoritarismo presidencial en curso y al mismo tiempo en defensa de las instituciones que han servido de baluarte y de contrapeso a las anormalidades políticas del país e intereses incompatibles con un sistema democrático, que si bien en ciernes, debe consolidarse antes que anularse o suplantarse, incluso a través de reformas de ley que terminen por encorsetar al país y la ciudadanía.

En ese contexto es que veremos la respuesta de la ciudadanía, la única capaz de determinar el próximo rumbo y destino nacional.

Como sabemos el presidente es bastante astuto, pero sobre todo pragmático. Hay evidencias hasta ahora, que confirman las encuestas si es que las asumimos verdaderas, creíbles o fidedignas, de que al pueblo en general poco le importa eso de la democracia, la división de poderes, los equilibrios institucionales, el autoritarismo, la mentira o falsedades que dice un presidente o un gobernante en general. tampoco si se roban la plata, confiscan los fondos de retiro o incurren en sobreprecios de obras de dudosa utilidad. Ni siquiera si un gobierno se apoya en los militares, a quienes envenena con el dulce del poder y el dinero. Todo eso es muy sofisticado para un pueblo que en promedio tiene nueve años de escuela, y esto lo apunto más con rabia que de manera peyorativa. Tampoco importa mucho a ese pueblo si hay masacres, matanzas o crímenes cotidianos, no al menos, mientras no le toque de manera concreta y directa. Menos, importa si no hay corruptos en la cárcel, así se diga como se dice, que la corrupción fue sólo cosa del pasado y que ésta ya no existe. Al pueblo lo que si le importa es que cada mes, reciban tres mil pesitos regalados. Eso hace milagros en la percepción de muchos y en la vida de otros tantos. Y si a esto se le adereza el argumento de que ahora es posible concederlos - bajo el argumento falso de que el gobierno puede hacerlo porque ya no hay corrupción, que antes si había en los gobiernos anteriores - pues la gente compra el argumento y festeja, sigue e incluso idolatra a un gobierno que si les da. 

Es la historia que se repite en México, donde los narcos y criminales que los acompañan, se convierten en héroes sociales porque en el día de Reyes o del Niño van y regalan juguetes o ayudan a los más pobres de sus localidades. No importa si el dinero que obsequian es de sangre y crimen. Baste mirar el surgimiento y consolidación de la subcultura del narco y hasta la deificación de los narcos a través -más allá de las series-  por ejemplo, de personas como Jesús Malverde, el santo patrón de los narcos. Así que estamos a ver pronto el desenlace de este drama nacional, que podría registrar eso sí capítulos absolutamente inéditos e inesperados. Ojalá. Al tiempo.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1