La muerte en la cosmovisión prehispánica

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Dentro de la cosmovisión prehispánica el destino de las almas de los difuntos dependía de la forma en que había sido su muerte
 
Aquellos que sufrían una muerte relacionada con el agua tenían como destino el Tlalocan, el paraíso del Dios de la Lluvia. El Tlalocan era un paraíso de abundancia, representado en los murales de Tepantitla de Teotihuacan.
 
El Omeyocan, reino del sol presidido por Huitzilopochtli, era morada de guerreros que morían en combate y mujeres al dar a luz. Tras cuatro años, los residentes del Omeyocan volvían a la tierra transformados en mariposas o colibríes.
 
 
En el Mictlán habitaban los dioses de la muerte y estaba reservado para aquellos que habían sufrido una muerte natural.
 
Llegar al Mictlán no era sencillo, se necesitaba a un perrito que ayudara a los muertos a cruzar el río.
 
 
Los niños muertos tenían un lugar especial llamado Chichihuacuauhco, donde había un árbol de cuyas ramas goteaba leche.
 
De la época prehispánica viene la costumbre de realizar ofrendas que incluían objetos del agrado del difunto.
En la tumba de Huitzilapa, en Jalisco se encontraron tres personajes acompañados de objetos personales, vasijas y jade.
Para los nahuas, la vida y la muerte son procesos de asociación y disociación entre elementos corpóreos y etéreos [2] . Entre los pobladores, el mal estaba representado por el Tlakatecolotl, el ‘hombre búho’ que devela el vínculo entre la naturaleza y lo sobrenatural.
1 Información basada en: Ruz Lhuillier, Alberto, “El pensamiento náhuatl respecto a la muerte”, en Estudios de cultura Nahuatl, págs. 252-262, y en León-Portilla, Miguel, La Filosofía Náhuatl, estudiada en sus fuentes, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, Seminario de Cultura Náhuatl. México, 1959
2 Iván Romero Redondo, investigador del Centro INAH, en el estado de Veracruz.

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