En las democracias maduras, el diálogo es el oxígeno del poder. En México, bajo los gobiernos morenistas en particular
el de Claudia Sheinbaum, el diálogo se ha convertido en un lujo que el poder no está dispuesto a conceder. La presidenta ha elegido una ruta peligrosa: cerrar la puerta a toda voz que cuestione, denuncie o exhiba las fallas estructurales de su administración. Y lo hace no solo con opositores tradicionales, sino con sectores que representan el dolor, la vulnerabilidad y la esperanza de un país entero.
Madres buscadoras, maestros inconformes, padres de niños con cáncer, jóvenes de la Generación Z, organizaciones civiles, médicos del IMSS Bienestar, académicos, periodistas. Todos han recibido la misma respuesta: distanciamiento, desdén, burlas, o una narrativa que los coloca como “adversarios” a los que no se debe escuchar, sino silenciar a toda costa.
Sheinbaum utiliza un estilo de poder que prefiere el monólogo, tendríamos una Presidenta felíz si en este país no se escuchara mas que su voz… mas o menos como en Venezuela.
Claudia formada en un proyecto político que glorifica el conflicto y la polarización como método, parece haber heredado la convicción de que escuchar es debilidad y dialogar es claudicar. El problema es que el poder que no escucha, se encierra; y el poder que se encierra, tarde o temprano se quiebra.
Su negativa sistemática a recibir a colectivos de víctimas —en especial a las madres buscadoras— revela una profunda desconexión entre el discurso de “humanismo” que repite y la realidad brutal de un país con más de 100 mil desaparecidos. Es imposible hablar de una política pública de derechos humanos mientras se evita, una y otra vez, un gesto elemental: sentarse a escuchar a quienes buscan a sus hijos con sus propias manos.
Lo mismo ocurre con los padres de niños con cáncer, quienes sobrevivieron al desabasto más cruel de medicamentos, y cuyos reclamos siguen siendo minimizados. O con los maestros, a quienes se les repite el viejo mantra de “privilegios disfrazados de demandas”. Y más recientemente, con los jóvenes de la Generación Z, convertidos en el nuevo enemigo político, solo por atreverse a organizarse y marchar, no solo los ha descalificado, los ha exhibido, reprimido, perseguido y encarcelado, pasandose por las narices los derechos a manifestarse libremente, la libre expresión y todas las libertades que defiende la constitución.
Muchos nos preguntamos ¿Qué gana Sheinbaum con cerrar todas las puertas?
La presidenta no actúa al azar. Esta postura tiene beneficios claros para el proyecto político que representa.
- Control de la narrativa:Dialogar implica reconocer al otro como interlocutor válido. En un gobierno obsesionado con el control del discurso, cualquier reconocimiento a voces críticas se percibe como una grieta. Negarse al diálogo permite imponer la narrativa única desde la mañanera: ellos mienten, nosotros tenemos la razón y se acabó.
- Evitar costos políticos: La interlocución genera compromisos. Un gobierno que se presenta tan “incorruptible” como “incuestionable” no puede permitir acuerdos que le obliguen a corregir fallas, admitir errores o destinar recursos que hoy están reservados para prioridades políticas y electorales.
- Mantener la cohesión interna del movimiento: Mostrar tolerancia hacia opositores o colectivos críticos podría ser interpretado por la base dura de Morena como traición. La presidenta está atrapada en su propio bloque, obligada a mantener la confrontación como herramienta de lealtad en primer lugar a López Obrador, al que parece tenerle más miedo que al mismo Trump.
- Desgastar a los movimientos sociales: La estrategia es simple: no dialogar para que el cansancio, la frustración y el aislamiento desgasten a quienes protestan. Un gobierno que no escucha apuesta a que la ciudadanía se rinda, calumniar, lanzar campañas enteras de comunicación en base a mentiras y atacar a periodistas y medios es parte de este desgaste.
El riesgo de fondo que esta corriendo la Sra. Sheinbaum es mostrar un México cada vez mas, lejano a tener contrapesos sociales, lo que está construyendo, no es solo un estilo personal de gobernar, sino un modelo político peligroso: un país donde la crítica se criminaliza, donde la protesta se ridiculiza y donde el dolor de las víctimas se administra como asunto de imagen, no de Estado.
México necesita una presidenta que escuche, no que repita libretos heredados. Necesita un liderazgo con sensibilidad, no una administración empeñada en convertir el diálogo en una afrenta personal, por hoy en día se le ve cada vez mas enojada, cada vez más descolocada y autoritaria.
La falta de voluntad política para escuchar no solo lastima a los sectores afectados. Lastima a la democracia. Porque donde el gobierno no dialoga, la ciudadanía deja de confiar. Y un país sin confianza es un país que se hunde en su propio silencio.
Hoy, la pregunta no es por qué protesta la gente. La pregunta es por qué el gobierno insiste en no escucharla.
Alejandra Del Río
@alejandra05 @aledelrio1111
Presidenta de PR Lab México, Catarte y Art Now México, ha escrito columnas sobre política, arte y sociales en muchos de los medios más reconocidos del país, particularmente en el Heraldo de México, El Punto Crítico y en el Digitallpost. Ha participado en numerosos proyectos de radio a lo largo de 20 años, hoy además dirige el podcast Fifty and Fabulous en Spotify.