en la región como plataforma militar del eje Rusia-Irán, comenta en su columna Ramón Cardozo,
Durante el desfile militar del pasado 5 de julio, celebrado con motivo de la conmemoración de un nuevo aniversario de la declaración de la independencia de Venezuela, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) exhibió cuatro modelos de drones o vehículos aéreos no tripulados (VANT) de uso militar (ANSU 100, ANSU 500, ANSU 700 y ANSU 900) fabricados en el país.
Pocos días antes, el ministro de Industrias y Producción Nacional, Alex Saab, junto con el viceministro de Defensa de Venezuela, el mayor general Henry Rodríguez, habían inaugurado la primera etapa de la planta de producción bajo licencia rusa de cartuchos de 7,62 mm para fusiles de asalto Kalashnikov, utilizados por la Fuerza Armada Nacional y cuerpos de seguridad del país. Esta instalación tiene capacidad para producir hasta 70 millones de cartuchos anuales.
Estos ejemplos constituyen una clara señal de cómo Venezuela, pese a las sanciones internacionales, se ha venido consolidando en la región como plataforma militar del eje Rusia-Irán, donde convergen transferencia tecnológica, capacitación, producción industrial y proyección estratégica hacia el hemisferio.
Todo esto ocurre en medio de la opacidad y el secretismo que, desde hace más de dos décadas, han caracterizado la cooperación militar entre el régimen chavista y potencias autocráticas extrarregionales.
::: Drones de combate iraníes, de factura venezolana
La cooperación militar entre Teherán y Caracas en materia de vehículos aéreos no tripulados (VANT) se remonta al final de la primera década del siglo XXI. Según la plataforma de inteligencia ODIN (OE Data Integration Network), del Ejército de Estados Unidos, Venezuela firmó en 2007 un acuerdo con Irán para ensamblar doce drones Mohajer-2, cuya producción comenzó en 2009.
El funcionamiento de esta línea de montaje en Venezuela —con asistencia, asesoramiento y capacitación iraní— fue reconocido por Hugo Chávez en 2012, tras la publicación de un reportaje en un medio español, que citaba informes de inteligencia sobre el tema.
En 2013, tras la muerte de Chávez, su sucesor, Nicolás Maduro, presentó varios drones tipo Mohajer-2, identificados localmente como Arpía-001, uno de los modelos de reconocimiento más conocidos del arsenal iraní.
En 2020, Maduro creó el Consejo Científico Militar y Tecnológico, con el objetivo de alcanzar la autosuficiencia en defensa con apoyo de países "hermanos”, como China, Rusia, Irán y Cuba. En octubre de ese año, anunció planes para expandir la fabricación masiva de drones en el país.
Durante la transmisión de ese anuncio, Maduro mostró un UAV con número de serie P071A-007, muy similar al modelo iraní Mohajer-6, dotado —según expertos— de capacidad de ataque con misiles. En febrero de 2022, el ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, denunció que Irán había proporcionado a Venezuela misiles guiados de precisión compatibles con ese dron.
En junio de 2022, durante una visita oficial a Teherán, los Gobiernos de Venezuela e Irán firmaron un acuerdo de cooperación estratégica de veinte años, que abarca, entre otras áreas, tecnología, energía y defensa. Según declaraciones del canciller Yván Gil, en los últimos 26 años se han suscrito 298 acuerdos bilaterales entre ambos países. Se estima que al menos una decena de ellos están vinculados con defensa y desarrollo de drones.
Durante el desfile militar del 5 de julio de 2022, el régimen chavista exhibió los VANT ANSU-100 y ANSU-200, fabricados en Venezuela. Este último, presumiblemente basado en el dron iraní Shahed-171, posee —según la narración oficial— "capacidad de ataque, caza antidrones y supresión de defensa aérea enemiga”. En abril de 2023, durante un evento de la Universidad Militar Bolivariana, se presentó también el prototipo Zamora V-1, inspirado en los Shahed-131/136.
El centro de ensamblaje y producción de estos UAV venezolanos-iraníes se encuentra, según diversos informes, en la Base Aérea El Libertador de Maracay, y está operado por la Empresa Aeronáutica Nacional S.A. (EANSA), filial de CONVIASA. De acuerdo con un reportaje del Diario Las Américas, fechado el 3 de junio de 2025, "expertos militares calculan que una línea de ensamblaje como esta tiene una capacidad de producción anual de entre 12 y 24 drones, según el modelo y la disponibilidad de partes importadas desde Irán”.
::: Kalashnikov en Maracay: munición con sello ruso
A la producción de drones con asistencia iraní, se suma la reciente puesta en marcha de la planta de producción bajo licencia rusa de cartuchos para fusiles de asalto Kalashnikov. Esta fábrica fue construida por Rosoboronexport, filial de la Corporación Estatal rusa Rostec, y está situada dentro del complejo industrial militar de CAVIM de Maracay. La segunda etapa de este proyecto contempla el ciclo completo de producción de cartuchos y fusiles de asalto AK-103.
Entre 2001 y 2025, Rusia y Venezuela han firmado más de 340 acuerdos bilaterales. Al menos 28 de ellos están vinculados a materia militar, según datos de Vendata. El más reciente fue un acuerdo de Asociación y Cooperación Estratégica por 10 años, suscrito por Maduro durante su visita oficial a Moscú el pasado 7 de mayo. Este acuerdo contempla, entre otras materias, la defensa y cooperación técnico-militar.
Entre 2007 y 2016, el 84 por ciento de las transferencias de armamento rusas a Latinoamérica se dirigieron hacia Venezuela, según un estudio de 2023 del William J. Perry Center. Estas adquisiciones incluyeron, entre otros elementos: fusiles de asalto, helicópteros de ataque, aviones de combate, tanques, sistemas de radar móvil, sistemas de vuelo simulado, vehículos blindados y artillería autopropulsada. Se suma a ello la asistencia técnica continua y los programas de capacitación del personal venezolano tanto in situ como en Rusia.
::: Venezuela: una plataforma bélica en el Caribe
La cooperación militar triangular entre Rusia, Irán y Venezuela, centrada en el desarrollo de las capacidades de producción armamentística del régimen chavista en territorio venezolano, representa múltiples beneficios estratégicos para los tres actores involucrados, pero también plantea graves riesgos para el hemisferio.
Para el régimen de Maduro —sometido a sanciones internacionales y sostenido fundamentalmente por la coacción armada—, estas fábricas constituyen un paso hacia la autosuficiencia defensiva. Además, los excedentes de producción podrían destinarse a aliados regionales o utilizarse como moneda de intercambio por divisas, tecnologías o favores políticos. En esta dirección, el analista Farzin Nadimi, del Washington Institute, afirmó en 2022 que la producción de drones iraníes en Venezuela estaría orientada, con alta probabilidad, a satisfacer la creciente demanda bélica de Moscú.
La alianza también beneficia a Rusia, que refuerza su presencia en la región desafiando a Estados Unidos en su "patio trasero”. Obtiene, además, ingresos por contratos de mantenimiento y asesoría, mientras esta capacidad industrial offshore descarga presión sobre su industria bélica —saturada por la guerra en Ucrania— y le permite evadir sanciones, con la posibilidad de que parte de la producción regrese por rutas opacas.
Teherán, por su parte, gana proyección y presencia estratégica en el hemisferio occidental, diversifica su producción de drones para eludir controles internacionales, al mismo tiempo que accede a recursos energéticos y minerales críticos (oro, uranio, coltán) de Venezuela, que son usados por el régimen de Maduro como contraprestación a su apoyo tecnológico-militar.
Finalmente, además del desafío que implica la creciente presencia militar de estos actores autocráticos en la región, esta plataforma bélica emergente plantea un riesgo adicional para el hemisferio. Ya en el pasado, armamento venezolano terminó en manos de la guerrilla colombiana, y hoy persiste el temor de que tecnologías más letales —como drones de combate— puedan filtrarse hacia grupos criminales como el ELN, el Tren de Aragua o carteles transnacionales del narcotráfico.