El asesinato de Pancho Villa

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Durante la filmación de mi documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado, la favorable fortuna me llevó hasta Guadalupe Villa Quezada, hija del Centauro del Norte. En su modesta casita fue donde transcurrieron varias horas de charla, mientras yo filmaba sus conmovedoras narraciones, ella solía decirme: Señor Manuel Peñafiel, yo le cuento todo esto para que usted lo escriba y no se olvide.

Cuando conocí a Lupita Villa Quezada, su rostro era ya un historial de rugosa epidermis, pero al hablarme de su padre, sus ojos refulgían tras los vítreos lagrimales, las hazañas de aquel impetuoso jinete, lograban que aquella anciana se fortaleciera rememorándolo con nostálgica veneración.

Fueron muchos los episodios que me relató acerca del jinete duranguense, siendo demoledor el cobarde crimen solapado por el entonces Presidente de la República Mexicana, Álvaro Obregón, quien temeroso de que Pancho Villa se sublevara en contra de la corrupción gubernamental, permitió que Jesús Salas Barraza, diputado de la Legislatura local de Durango organizara a los capones José y Ramón Guerra, Melitón Lozoya, José Sáenz Pardo, Librado Martínez, Juan López Sáenz Pardo, José Barraza, y Ruperto Vera, quienes a mansalva abatieron al revolucionario, quien se encontraba inquieto al constatar que el manejo de la nación no iba dirigido hacia honestos rumbos.

El Presidente Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, en ése entonces Secretario de la Defensa, toleraron el plan para deshacerse de Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa. Los pistoleros a sueldo arrendaron una casa en el número 19 de la calle de Gabino Barreda, cuyo frente daba a la calle de Juárez por donde Pancho Villa solía pasar cuando iba a visitar a una de sus mujeres en el Barrio Guanajuato del pueblo Hidalgo del Parral, Chihuahua, ahí le agradaba pasar largas temporadas.

El 19 de julio ya estaba todo listo para liquidarlo, pero al momento de apuntar sus rifles y pistolas, irrumpieron en la mira los niños de la Escuela Progreso, donde la maestra Cholita les dijo: Miren ahí está el General Villa, vayan a agradecerle por haber traído a profesores para que ustedes abandonen la ignorancia, siendo capaces de defenderse contra el abuso de los hacendados y las trampas del gobierno. Aquellos pupilos pronto lo rodearon, y se pusieron a cantarle. Este bienhadado incidente le permitió al rubicundo duranguense existir algunas horas más. Sin embargo, la fatídica fecha sería al día siguiente 20 de julio de 1923. Dicha mañana todos aquellos camaradas que lo acompañarían en su postrero paseo se levantaron más temprano que de costumbre, entre ellos se hallaba su fiel compañero de armas el Coronel Miguel Trillo, quien le había llevado a Villa el automóvil para ir de regreso a su rancho en Canutillo, Durango. Pero el motor comenzó a fallar, se hicieron las reparaciones durante un buen rato, hasta que se logró poner al motor en marcha, para probar la máquina la subieron toda la calle Matamoros hasta el Cuartel Militar, regresándose para recoger a su preciado pasajero. Trillo le cedió el sitio del conductor a Pancho Villa, acomodándose él al lado de su patrón, en el asiento posterior y en el estribo se acomodaron los demás miembros de la escolta: El General Antonio Medrano, Claro Hurtado, Ramón y Calisto Contreras.

Los matones habían colocado a un soplón al acecho, con la sucia encomienda de que se quitara el sombrero al asegurarse de que su víctima estaba dentro de su “ Fotingo “, éste era el mote de aquel motorizado mueble que Villa tanto disfrutaba manejar.

Pancho Villa vio a Juan López saludándolo, sin sospechar que lo estaba espiando, el delator hizo la señal convenida que consistió en limpiarse la frente con un paliacate colorado. Al entrar el coche a la calle de Gabino Barreda bajando por el puente Guanajuato, los matones abrieron las puertas de los cuartos donde se habían hospedado. Eran pasaditas de las ocho de la mañana, cuando se detonó el tiroteo, el caudal del plomo disparado hizo que el parabrisas estallara en las vidriosas lágrimas que empañarían a la historia mexicana.

Pancho Villa quedó fulminado con cuarenta y siete balas incrustadas dentro de su cuerpo, al soltar el volante el carro se estrelló contra un árbol. El castigo de los rifles Máuser hizo que Miguel Trillo en contracción agónica quedara empinado de bruces sobre el marco de la portezuela. Aquellos custodios del que fuera genial estratega, lo amaban como a un héroe viviente, sin embargo, ninguno tuvo oportunidad de defenderlo ante el repentino ataque. Uno de ellos que iba sobre el guardafangos cayó muerto pasándole las llantas por encima. Antonio Medrano hizo fuego atrincherándose debajo del vehículo.

De todos ellos únicamente se salvó Calisto Contreras, tan malherido, que su brazo quedó colgando desgarrado en sanguinolentos girones. Cuando el hervidero de tiros perforaba cuerpos, ventanas y láminas, Calisto sin importarle desangrarse, inútilmente trató de proteger a su venerado comandante Villa arrastrándolo debajo del chasis, pero su vehemencia resultó inútil, al leal villista tuvieron que amputarle el brazo izquierdo destrozado por las balas expansivas.

A Pancho Villa le gustaba aquel pueblo, y solía exclamar: Parral me gusta hasta pa’ morirme. Doroteo Arango fue un hombre singular, a quien la miseria y los excesos de los impunes adinerados y pérfidos gobernantes lo obligaron a refugiarse en las cuevas de las montañas escarpadas, de sus lóbregos escondites emergía cual acosado depredador para hurtar el ganado cuernilargo que le permitió sobrevivir por algún tiempo. El esforzado fugitivo intentó en varias ocasiones recuperar su dignidad arrebatada, sin otro anhelo que conseguir justicia, durante la Revolución Mexicana de 1910 audazmente se transmutó en vertiginoso guerrero para perseguir bravíamente la ilusión de una mejor patria, a pesar de que aquel levantamiento social fue infructuoso, el destino jamás disiparía las imborrables huellas de un revolucionario auténtico que al galope demostró su valentía.

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