La singular Plaza de la Concordia

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En el año 1748, el rey francés Luis XV se restableció de una enfermedad que lo aquejaba y, para halagar al soberano y celebrar el feliz suceso, los regidores y comerciantes parisinos decidieron erigirle una estatua ecuestre, para lo cual convocaron a un concurso en el cual participaron 19 arquitectos proponiendo el mejor emplazamiento. Ange – Jacques

Gabriel opinó retener una explanada al final del Jardín de las Tullerías, que no tenía ningún funcionamiento; este lugar serviría además para la urbanización de nuevos barrios. Dicho monarca era propietario de lo medular en dichos terrenos, lo que permitió llevar a cabo el proyecto, aunque fueron necesarias las negociaciones con los dueños de lotes adyacentes, a cambio de sus tierras. Estos recibieron el edificio situado al noroeste de lo que se llamaría la Plaza de Luis XV.

Años más tarde, el pueblo francés, hastiado por los excesos y abusos de la monarquía, se levanta indignado, la lucha por la libertad se inflama enfurecida, y es en esta misma plaza donde el príncipe Lambesc y sus milicianos, conocidos con el nombre de Dragones, masacran a los insurgentes. Al día siguiente, la incontenible muchedumbre saquea las armas que se encontraban en el almacén para asaltar y tomar una prisión de construcción medieval llamada La Bastilla. Este hecho, ocurrido el martes 14 de julio de 1789, es el detonador de la Revolución Francesa.

Durante la Revolución Francesa, la plaza que ocupa mi narración fue uno de los lugares de alianza del período revolucionario, aunque el hecho más perturbador es el encharcamiento sanguinolento que se originó con la ejecución de 1 mil 119 personas. Es aquí donde se erige la guillotina con su implacable navaja que abatió las cabezas del rey Luis XVI y de su esposa María Antonieta de Austria, y las de muchos aristócratas, cortesanos, militares y conservadores.

El 11 de agosto de 1792, la estatua del que tiempo atrás fuera el rey Luis XV es derribada de su pedestal y enviada a la fundición. A partir de entonces, dicha explanada ya no sería nombrada la Plaza de Luis XV, sino la Plaza de la Revolución. Durante esta turbulenta época surge lo que se le conoció como el Reinado del Terror, perpetrado por Maximilien Robespierre, quien bajo su criterio, cualquier persona corría el riesgo de ser considerada contrarrevolucionaria y condenada a ser decapitada; el exceso de poder le hizo perder la cabeza a Robespierre, y no lo escribo de manera figurada, me refiero a que él mismo fue guillotinado por sus oponentes. El Terror duró de septiembre de 1793, a la primavera de 1794, el saldo fue de 1300 personas ejecutadas.

La guillotina debe su nombre a Joseph Ignace Guillotin. Él no fue su inventor, dicho artefacto ya existía en algunos países europeos, sin embargo, este cirujano francés, siendo diputado, la recomendó en la Asamblea Nacional para las ejecuciones, evitando así sufrimientos inútiles a los condenados. Su navaja oblicua primero fue ensayada con ovejas y cadáveres.

Con el fin del régimen del Terror, el gobierno francés decidió renombrar la Plaza de la Revolución, llamándola la Plaza de la Concordia, la cual adquirió su aspecto actual entre los años 1836 y 1840. Ahí se colocó un gigantesco obelisco con su cúspide dorada proveniente de Luxor, con más de 3 mil años de antigüedad, donado por el virrey de Egipto, junto al cual se encuentran dos vistosas fuentes de estructura romana con criaturas marinas, peces, sirenas y tritones. Y ante la magnificencia de tan esplendoroso lugar, me dije a mí mismo: Manuel Peñafiel tienes que compartir esto con tus lectores; ya que desde la perspectiva de la Plaza de la Concordia se pueden admirar los Jardines de Tullerías con el Museo de Louvre al fondo y, si uno voltea la vista, o la cámara en mi caso, razón por la cual tomé la fotografía que acompaña este texto, también se pueden contemplar los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y por supuesto la Torre Eiffel.  

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