“Presos políticos de la generación Z: el otro rostro de un sistema en ruptura”

En la fría mañana del 15 de noviembre de 2025, cuando miles de jóvenes de la llamada Generación Z salieron a las

calles de la Ciudad de México para manifestar su hartazgo —ante la violencia rampante, la impunidad estructural y la podredumbre institucional— emergió algo más que una marcha: nació un símbolo de desconexión con el régimen.  Pero lo que debería haber sido una revuelta legítima del desencanto ciudadano terminó —al menos en parte— en la criminalización de sus voces.

La llamada Generación Z que para los que no lo teníamos claro, son los jóvenes —nacidos entre 1997 y 2012— acarreaban una herencia de frustración: crecimiento con inseguridad, corrupción visible, empleos precarios, y un sistema de justicia que pareciera diseñado para proteger al poder y castigar al que protesta.  El asesinato del exalcalde Carlos Manzo en Uruapan se convirtió en chispa para esta movilización. 

Se movilizaron por que están hartos de perder amigos ante el crímen organizado, por la falta de oportunidades y crecimiento y ese “hartazgo” no surge de la nada. Surge de años de ver que los poderosos transgreden sin castigo, mientras los de abajo —y aún más los que reclaman— son etiquetados, dispersados, detenidos y que quede algo clarísimo, no culpan ni al PRI, ni al PAN, ni a ningún otro partido, por que no les toco vivir con consciencia en sexenios del pasado, no tienen la ventaja de la Presidenta Sheinbaum de tener la memoria eterna de lo que hicieron de Don Porfirio en adelante, para poder echarle la culpa a sus propios fracasos.

Al avanzar la marcha, la escena se tensó: vallas derribadas, encapuchados, enfrentamientos con policías… resultados: 29 detenidos, 18 personas enfrentando acusaciones graves como tentativa de homicidio, robo y lesiones; tres ya vinculados a proceso y muchos porros enviados exprofeso para calentar los ánimos, presumiblemente por el mismo gobierno, que casualmente aparecen en los videos pero no entre los detenidos.

Pero este no es solo un choque callejero: es el choque entre dos visiones de Estado. Por un lado, un gobierno que acusa manipulación, bots, campañas financiadas y desinformación pagadas; Por otro, una juventud que reclama autenticidad, sin mediadores, sin “orquestadores”, solo con sus válidos reclamos sociales y sus ganas de visibilizar el malestar.

Mientras tanto, desde el Poder se anuncia una “investigación exhaustiva” sobre los organizadores de la marcha, pero sin armar  también las mismas carpetas a los policías que presumiblemente abusaron de sus facultades, o a quienes dieron la orden de sacar a los manifestantes del zócalo a como diera lugar. Pero la pregunta persiste: si hay abusos, ¿por qué los jóvenes siguen siendo detenidos, mientras los agentes continúan en funciones? ¿Y por qué los casos se transforman rápidamente en procesos penales en lugar de en investigaciones autónomas? Y por último ¿Por qué nadie sabe, nadie supo… del llamado “Bloque Negro” que casualmente solo aparece en marchas anti- Morena.

Las etiquetas no son gratuitas. El Senador Alejandro Moreno Cárdenas del Partido Revolucionario Institucional ha alzado la voz para calificar a los detenidos como “presos políticos”.  Y no es exageración: se les imputan cargos que historiadores del derecho han señalado como propios de regímenes autoritarios: robo, lesiones, tentativa de homicidio, resistencia de particulares. Todo empaquetado en un sistema que parece listo para marcar un ejemplo y desanimar futuras marchas y concentraciones.

El sistema de justicia —no lo olvidemos— funciona con recortes de poder. Se activa cuando conviene al poder. Se calla cuando el poder requiere impunidad. Y cuando protestamos, ese sistema se vuelve engranaje de controly represión.

Cuando la juventud protestó, la opción de Morena no fué el diálogo, fue la represión, la detención incluso de personas que aparentemente ni en la marcha estuvieron, el mensaje fué claro: “No se salgan de la raya, no toleramos detractores, en México solo Morena tiene derecho a congregarse.

Porque México —como lo he analizado en mis columnas— está en una coyuntura crítica: la institucionalidad desaparece a pasos agigantados; la democracia formal está casi muerta; la participación ciudadana parece canalizada o reprimida, y el aparato de justicia se inclina con alarmante rapidez hacia el castigo y la venganza política.

Los jóvenes de la generación Z no piden liderazgos tradicionales. Prefieren no depender de partidos que de hecho en muchos casos ni los conocen. Eso asusta al sistema. Porque esa independencia es precisamente lo que antes se canalizaba con “movimientos sociales” controlados desde arriba, la misma Claudia fué una de esas jóvenes manifestantes a las que no se les reprimió y hoy niega el derecho que el PRI y el PAN en su momento a ella si le otorgaron.

El hecho de que hoy se les impute con cargos graves, que se hable de “presos políticos”, que se ligue a la movilización con campañas de desinformación en contra de la víctima favorita de la 4T -La Propia Presidenta-, señala una nueva forma de ingeniería del poder: criminalizar la protesta, el reclamo, judicializar la crítica y victimizar al líder.

Pero allí donde el sistema actúa con dureza, también hay una oportunidad para la conciencia crítica. Los jóvenes detenidos, hoy “presos políticos”, podrían convertirse en símbolos. Símbolos de lo que sucede cuando un Estado decide que la única forma de repeler una crisis de legitimidad es cerrando la salida de la protesta.

La generación Z, lejos de desaparecer, se posiciona ante un duelo histórico: ser la chispa que presionó al poder o quedar neutralizada. En ese duelo está el futuro de nuestra democracia, nuestra justicia, nuestro país.

Porque la dominación no sólo se ejerce con armas, vallas y policías: también se ejerce con leyes, acusaciones, etiquetas y silencio forzado. Y cuando encarcelas el disenso, estás marcando el fin de una etapa de tolerancia —y tal vez el inicio de otra, más oscura -la represiva-

Que se escuche claro: la lucha de los jóvenes no es contra un partido o un gobierno específico, sino contra el mecanismo de poder que devora su propia legitimidad. Y cuando ese mecanismo se ve herido, reacciona. Como lo está haciendo con gases y macanazos, con cárceles y miedo.

Subrayo lo siguiente: los que hoy están en prisión podrían ser sólo el comienzo de una nueva era de reconfiguración del conflicto político enMéxico. Y el sistema que los detiene hoy podría ser el que mañana tendrá que responder por lo que hizo —y por lo que no permitió que se dijera.

Alejandra Del Río

@alejandra05 @aledelrio1111

Presidenta de PR Lab México, Catarte y Art Now México, ha escrito columnas sobre política, arte y sociales en muchos de los medios más reconocidos del país, particularmente en el Heraldo de México, El Punto Crítico y en el Digitallpost. Ha participado en numerosos proyectos de radio a lo largo de 20 años, hoy además dirige el podcast Fifty and Fabulous en Spotify.