El poder de la victimización como estrategia política: cuando gobernar es culpar
Vivimos una época en que la política se ha convertido menos en ejercicio de gobierno y más en constructores de relatos emotivos donde la agenda se impone no con resultados, sino con justificaciones. México —en pleno auge de su Presidenta Claudia Sheinbaum— lamentablemente lleva la cabeza en latinoamérica de esta tendencia: la victimización política ha pasado de ser una táctica contingente a un recurso permanente para desviar la mirada de los retos no resueltos, deslegitimar críticas y moldear la percepción pública.
La victimización no es en sí un discurso inocente. Cuando un gobierno asume de manera constante el rol de víctima —ante crisis de seguridad, protestas ciudadanas o cuestionamientos periodísticos— termina redefiniendo la política como una contienda permanente entre “ellos” (los atacantes) y “nosotros” (los justos), y no como la administración de responsabilidades en un estado democrático y el desenlace siempre es la polarización de una sociedad que ya no se ve como un ente, sino como dos adversarios.
No ha sido raro en lo que va del gobierno de Sheinbaum que cada crítica relevante del entorno político o social sea presentada, a través de la propia narrativa oficial y de aliados discursivos, como un ataque injusto o una conspiración mediática en contra del gobierno. Este enfoque ha servido para situar en el centro no las políticas públicas, sino las supuestas agresiones externas que las supuestas élites opositoras ejercen contra el proyecto político de oposición, así no es de extrañar como constantemente se ataca a líderes como “Alito” Moreno Cárdenas, el Senador que preside el Partido Revolucionario Institucional, que se ha cansado de retar a Morena a que le demuestren las acusaciones que hacen en su contra, cargando con verdaderos legajos de fallos de tribunales de Campeche y tribunales federales a su favor, ha sido exonerado una y otra vez, exhibiendo las acusaciones en su contra como causas injustas lanzadas por políticos impresentables como la Gobernadora de Campeche Layda Sansores.
Otro ejemplo reciente fue el tratamiento mediático y político de protestas de sectores juveniles y apartidistas —como la convocatoria de la “Marcha del sombrero”, movimientos generacionales que salieron a las calles con exigencias de mayor seguridad, justicia y cambios estructurales— donde el diálogo con las demandas reales se viralizó más como un problema de “ataques” que como un reclamo ciudadano legítimo de la Generación Z por los pésimos resultados en seguridad, la falta de oportunidades y que desencadeno una oleada de represión que no veía México desde la década de los 70´s.
Una segunda clase de victimización es la que lleva a cabo el gobierno ante la crítica periodística, aunque algunos análisis reconocen que la administración de Sheinbaum ha mostrado un retorno a un discurso menos agresivo hacia la prensa en comparación del descarado de López Obrador, que hasta las cuentas y propiedades de los periodistas cuando no hasta su teléfono, exhibía en público durante sus conferencias matutinas,— Sheinbaum ha evitado ser crítico con los medios de manera “tan” frontal, sin embargo ello no ha eliminado la práctica de percibir la crítica periodística como un acto hostil más que como un ejercicio democrático fundamental y que la defensa inmediata de los funcionarios cuatroteros sea el ataque y el descredito a las personas que trabajamos en los medios.
La victimización también puede operar vía regulaciones legales que, aunque oficialmente buscan combatir conductas negativas como el acoso en redes, abren la puerta a interpretaciones amplias que terminan castigando o desalentando voces críticas, bajo la ilusión de protección social o moral. Baste mencionar el caso de “Dato protegido” que ya hemos comentado en columnas anteriores.
La lógica de victimización gana fuerza cada vez que el gobierno enfrenta resultados adversos o inciertos, por ejemplo en materia de seguridad: la percepción de inseguridad y la frustración social han explotado en protestas, reclamos y manifestaciones amplias por distintos sectores de la población. En este contexto, señalar “ataques externos”, omisiones deliberadas de la oposición o incluso de actores sociales autónomos, se vuelve la narrativa dominante para explicar la falta de avances y soluciones concretas.
Este mecanismo tiene un efecto político perverso: resta espacio a una evaluación honesta de políticas públicas, desplaza las demandas legítimas hacia la esfera de lo subjetivo emocional —el agravio— y atomiza la posibilidad de un debate serio sobre resultados y estrategias. La discusión deja de ser “qué no funcionó y cómo corregirlo” para convertirse en “quién nos está atacando y por qué”.
Lo cierto es que una pregunta incooda en la mañanera ya puede ser respondida con un --“ No voy a contestarte, por que perteneces a un medio opositor”-- y san se acabó el tema.
La victimización política no sólo transforma la crítica en antagonismo; también erosiona dos pilares del sistema democrático:
- La rendición de cuentas real: Cuando el gobierno se presenta primero como víctima, el centro del debate se desplaza hacia la agresión recibida y no hacia su propia gestión discrecional.
- El fortalecimiento de una ciudadanía crítica y organizada: Si el disenso se percibe como hostilidad, se desalienta la participación activa y reflexiva que corre el riesgo de ser etiquetada como ataque o conspiración.
En México, especialmente en los momentos en que el malestar social y la exigencia de resultados estructurales aumentan, la victimización como estrategia política termina por reforzar un ciclo de polarización y desconfianza que no beneficia ni al gobierno ni a la sociedad que exige respuestas claras, medibles y responsables.
La política no debe ser terreno de víctimas permanentes ni de relatos hegemónicos que presionan por adhesión emocional en lugar de evaluación racional y propuestas claras.
La verdadera grandeza de un proyecto político —y más de quienes se reclaman progresistas y democráticos— está en asumir el escrutinio público como parte de la responsabilidad de gobernar, del derecho de los ciudadanos que acudieron a las urnas a votar, no como ataque al liderazgo.
Culpar al otro puede ganar adhesiones momentáneas, pero evita que nos detengamos en lo que realmente importa: resultados tangibles, diálogo con demandas sociales profundas y mecanismos efectivos de mejora institucional y lo mas importante Gobernabilidad, que es lo que se esta perdiendo inventando culpables y pretextos.
Alejandra Del Río
@alejandra05 @aledelrio1111
Presidenta de PR Lab México, Catarte y Art Now México, ha escrito columnas sobre política, arte y sociales en muchos de los medios más reconocidos del país, particularmente en el Heraldo de México, El Punto Crítico y en el Digitallpost. Ha participado en numerosos proyectos de radio a lo largo de 20 años, hoy además dirige el podcast Fifty and Fabulous en Spotify.