EL ESPÍRITU DE LA CONTEMPLACIÓN 

(Ser los ojos del verso es envolverse de miradas,
hasta sentirse inspiración en el universo)

 I.- BAJO EL MANTO DE MARÍA;
SUS BONDADOSAS MANOS

No hay resplandor más limpio que la mirada de María,
su contemplativa es un manantial de luz en las noches,
siempre en actitud observadora hacia nuestro caminar,
ensimismada junto a la cruz bebe el dolor de su Hijo,
manteniéndose firme en el consuelo y en la esperanza.

De nosotros lo sabe todo como buena causa que florece,
toma nuestras lágrimas y restituye la alegría al corazón,
nos arrebata las miserias y nos devuelve el gozo de vivir,
nos despoja del calvario y nos despeja del sufrimiento,
nos llama a dejarnos guiar con la cruz, este duro andar.

Sólo hay que acogerse a su amparo, dejarse oír por Ella,
recogerse en la clemencia de su soledad y sus silencios,
cobijarse en las alas de su manto, guarecerse de duelos,
albergarse sin demora a la fortaleza de su gran espíritu,
pues como buena Madre del Divino Amor, nos dará vida.

II.- EN CONTEMPLACIÓN HACIA JOSÉ;
EL HOMBRE OBRERO

José, el hombre justo, que puso oído al ángel del Señor,
que se dejó avivar para llevar consigo el omnipotente plan,
cuidando de Jesús y de María, atendiendo a la llamada,
trabajando sin cesar, activando horizontes de esperanza,
haciendo familia, siempre dispuesto a levantarse y actuar.

El hombre de la respuesta a un sueño divino se creció,
puso todo el alma en María y se dispuso a ser fiel al amor,
tanta entrega nos cautivó y sirvió de modelo para el niño,
que ascendía en sabiduría y se recreaba en la sencillez,
pues lo que allí se inhalaba eran aires de bondad y virtud.

Qué mejor corriente espiritual que la ofrenda de este hogar,
tan piadoso como humano, tan del mundo como de Dios,
referencia de quietud y unidad ante cualquier infortunio,
señal de que el futuro no está en uno mismo, sino en el otro,
en esa donación hacia la amada que es lo que nos fecunda.

III.- EN MÍSTICA HACIA JESÚS;
NUESTRO REDENTOR

La expresión de Cristo sea reflejo de todas nuestras acciones,
irradie en nosotros la espiración de cercanía y nos reconcilie,
pues en ese diálogo con el Todopoderoso, hemos de vivirle,
volviéndonos frenesí, envolviéndonos de nívea pasión celeste,
que es lo que verdaderamente nos hace caminar y ser camino.

El don de Jesús es lo que realmente nos forma y transforma,
conforme obran en nosotros las huellas dejadas en la tierra,
ya que su visual alumbra los ojos de nuestra humana grandeza,
nos enseña a vernos y a saber mirar las entretelas existenciales,
siempre a un ritmo compasivo ante el desconcierto del mundo.

Recojamos el pulso beatífico, hagámonos presentes en la cruz,
forjémonos en la escena, concibámonos como hijos suyos,
formemos con Él un solo cuerpo en esta mística contemplativa,
hasta renacernos en el verso y sentirnos parte de su poética,
donde nadie culpa a nadie y todo se disculpa por caridad.


Víctor CORCOBA HERRERO
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9 de mayo de 2020.-