LA ASCENSIÓN DE CRISTO 

(Uno debe descender a sus miserias para poder ascender a las cumbres místicas del alma)

I.- EL ESPÍRITU MUEVE LOS CORAZONES 

Es el espíritu celeste quien nos restituye y guía, 
el que nos orienta en la arteria de lo verdadero, 
desconcertando la fuerza humana que nos mata, 
y concertando otro valor y otra bravura interna, 
que nos enciende y asciende al verbo que soy.

Uno es, en efecto, la virtud de cederse sin más, 
y la palpitación de concederse la paz porque si,
de acogerse a la palabra y de negarse a no ser,
pues todo germina de nuestros mares interiores, 
de ese oleaje vivido y de la placidez brindada. 

Retornar al corazón es revestirse de esperanza
y vestirse del gran sueño de meditar y coexistir,
porque quien profundiza en sí mismo se halla, 
que es como sentirse junto a ese orfeón orante, 
dispuesto a corregirse y predispuesto a quererse.

II.- EL GOCE TRINITARIO EN LA SUBIDA 

La mística trinitaria por si misma nos trasciende, 
nos ramifica por ese espacio cósmico singular, 
donde se irradia la glorificación del crucificado
y se manifiesta, que tras la sombra de la muerte, 
vuelve la certeza del verso a revivirnos de gozo.

No hay mayor deleite que tornarse contemplativo, 
que vislumbrar a las tres personas eternas en una, 
sobre la noble escena de la Ascensión del Señor,
en el cual todo se abraza y se funde poéticamente, 
en un soplo de aires que confortan y reconfortan.

Regrese la decencia a nuestros bajos horizontes. 
Sepamos mirar y vernos en esa fuente de perdón.
Reconciliados con nuestros andares de aquí abajo, 
nos aguardan otras visiones para llegar al Padre, 
la de seguir a Cristo y la de proseguir sus pasos. 

III.- UN MENSAJE DE ILUSIÓN 

Jesús nos restaura el poema naciente de la vida. 
Nos eterniza y estremece con su vuelta a la gloria. 
Hace lo que le atañe, sin olvidar la naturaleza 
humana que recibió de María, llenándonos de luz, 
vaciándonos de mal, satisfaciéndonos de amor.

Cuando el señor nos crea, nos recrea y redime, 
nos activa el deseo con la imagen de la ternura, 
nos mueve y nos conmueve dándonos ilusión,
facilitándonos con el consuelo rehacer y renacer,
abriéndonos sus puertas, recubriéndonos de bien.

El Redentor, vivificado y elevado al reino divino, 
continua vivo entre nosotros, persiste su llama,
alentadora y estimulante ante todo lo mundano; 
no para evadirnos de la historia de caminantes, 
sino para infundir confianza en nuestro camino.



Víctor CORCOBA HERRERO
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15 de mayo 2021