“Hay que retomar la conciencia de nuestra conexión profunda con el mar, con la poética viviente del oleaje
armónico, lo que requiere comenzar por poner en valor al ser humano, que debe ser siempre el fin y jamás un medio, un sujeto con corazón y nunca un objeto más o un producto de mercado”.
Sostengamos lo que nos sustenta, aquello que es nuestra fuente de subsistencia y soporte para la humanidad. Prueba de ello, es que las maravillas oceánicas están ahí, produciendo al menos el 50% del oxígeno planetario, albergando la mayor parte de la biodiversidad de la tierra, además de ser la principal fuente de proteínas para millones de moradores. A esto hay que sumarle, la fuente de ingresos que origina para nuestra economía mundial, ya que se estima que, para 2030, habrá en torno a cuarenta millones de trabajadores en todo el sector relacionado con el mundo naval. Sin embargo, a pesar de todos los beneficios que generan, necesita más apoyo que nunca. Ojalá aprendamos a discernir el océano de rutas, que es nuestro propio charco viviente a proteger.
Indudablemente, hace tiempo que hemos descubierto que necesitamos trabajar unidos para crear un nuevo equilibrio en un mundo global, sobre todo para restaurar vitalidades transatlánticas y devolvernos a la esperanza. Con el 90% de las grandes especies marítimas de peces mermadas y el 50% de los arrecifes de coral destruidos, debemos repensar nuestras actuaciones, puesto que estamos extrayendo más del océano de lo que se puede reponer. Bajo esta triste realidad, hay que retomar la conciencia de nuestra conexión profunda con el mar, con la poética viviente del oleaje armónico, lo que requiere comenzar por poner en valor al ser humano, que debe ser siempre el fin y jamás un medio, un sujeto con corazón y nunca un objeto más o un producto de mercado.
Desde luego, el valor y la valía de los piélagos están ahí, son el latir del propio orbe, un manantial de luz y vida, un germen importante de aliento y alimentos, así como un naciente de medicinas y una parte fundamental de la biosfera, desempeñando un papel esencial en el sistema climático y el ciclo del agua. La historia nos llama a una sacudida de cognición para evitar el naufragio de la civilización. El líquido elemento es tan profundo en la calma como en la tempestad, lo que nos demanda un pensamiento comunitario, una vocación global a la fraternidad, sobre todo a la hora de cuidar el tesoro único de la variedad biológica que nos cohabita. No olvidemos que este aumento de temperaturas en los océanos perturba los ecosistemas costeros y pueden intensificar las tormentas tropicales.
Al mismo tiempo, con el aumento del nivel del mar podría plantear amenazas adicionales a las comunidades costeras. Reconocer los esfuerzos de la comunidad internacional por proteger y preservar el medio y sus recursos marinos vivos, no es suficiente, y los océanos continúan viéndose afectados por grandes presiones que actúan de forma simultánea como es la contaminación, incluida la basura marina, la degradación física, el aumento de la pesca excesiva o las especies exóticas invasoras. En consecuencia, tal vez deberíamos aprender a ser una marea de abrazos sinceros, al menos para impulsar un faro de concordia; y, así, poder movilizar la cultura del encuentro con sus sales de gozos, centrándonos mucho más en la dimensión humana de las inmensidades marítimas.
Pensemos que los océanos encandilan sueños reales, absorbiendo asimismo malestares producidos por los humanos, amortiguando los impactos del enfrentamiento absurdo. Impulsar las ciencias náuticas, por consiguiente, ha de ser prioritario. Cuesta entender que estas extensiones de corriente azul, pese a ser los pulmones del astro, también sean la última prioridad de los gobernantes. Confiemos en que soplen vientos de cambio, ante la creciente intensidad de las olas de calor marinas, con repercusión en los ecosistemas, las economías y los medios de supervivencia. Nos urge, en todo caso, trabajar conjuntamente en una mirada global para observar que la asfixia de la savia costera, nos deja a todos sin respiración en el litoral.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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