Las indispensables renuncias para garantizar la gobernabilidad

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El manto del desprecio popular cubre tristemente la Residencia Oficial de Los Pinos. Hoy por hoy, la popularidad del Presidente de la República está en los niveles más bajos de su mandato. Según encuestas publicadas en algunos medios de comunicación, los niveles de aprobación de la actuación del Titular del Ejecutivo rondan

alrededor del 23%, lo que implica que ocho de cada diez mexicanos, desaprueban la forma en la que está llevando las riendas del país.

Escándalos vinculados a presuntos actos de corrupción; el deficiente crecimiento económico pese a la aprobación de la reformas energética, fiscal, laboral, educativa y de justicia cotidiana; la creciente violencia y el dominio del crimen organizado en varios estados de la República; las equivocaciones y traspiés en actos públicos, aunado a la infortunada invitación y posterior visita del impresentable Donald Trump a la casa presidencial, han hecho que el descontento se transforme en enojo, y –consecuentemente– mengue –aún más– el de por sí limitado apoyo de aliados y hasta de incondicionales.

La mayoría de la sociedad percibe a un gobierno mexicano incompetente, insensible, soberbio y lejano al sentir social. Se percibe falta de rumbo, ausencia de compromiso y flagrante vocación por beneficiarse a costa del poder del Estado y, por desgracia, se señala, con dedo flamígero, al Presidente de la República como principal responsable de, prácticamente, todos y cada uno de los males nacionales.

Cierto: la conducción política del Estado Mexicano corresponde al Presidente de la República. Su responsabilidad es innegable e inocultable. Sin embargo, también es cierto que, para cumplir con esta responsabilidad, se auxilia de Secretarios de Despacho, que tienen asignados temas específicos y que –también innegablemente– no han dado explicación de sus responsabilidades incumplidas.

Hoy, el único recipiendario directo del gran malestar social, que es señalado con dedo flamígero, es Enrique Peña Nieto, Presiente de los Estados Unidos Mexicanos. Sus colaboradores, quienes debieran ser los primeros recipiendarios de los ataques y dar la cara ante la exigencia social, se mantienen como espectadores silenciosos, escondidos tras el manto protector de la ya muy desgastada institución presidencial.

La incompetencia viene se gesta en dos vías: tanto del que manda, como de quienes deben obedecer y cumplir con las funciones específicas que tienen encomendadas por mandato de la ley. Ciertamente el Presidente es responsable por el actuar de sus subordinados; pero es responsabilidad innegable de sus subordinados cumplir con el trabajo por el que se les paga. Economía y seguridad son los grandes temas donde ha habido magros –o nulos resultados– es momento de que –por dignidad– las renuncias fluyan, para dar lugar a una posible recomposición de la administración.

@AndresAguileraM