El inicio de los ofrecimientos irreales en las campañas políticas

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El ambiente huele a jornadas electorales. La disputa por la Presidencia de la República se percibe en el espectro noticioso. Candidatos independientes a la caza de firmas electrónicas que respalden sus postulaciones; un partido, con liturgias antiguas que evocan un pasado que parecía superado, en el que sectores corporativistas generaban una fuerza electoral incontenible; otro creado ex profeso en torno de la figura de caudillo, y

una alianza de partidos con ideologías desdibujadas, que pareciera desarticularse ante el necesario acuerdo por definir a quién postular, dibujan a quienes se situarán en la línea de salida para ganar la carrera por la Presidencia de la República y una mayoría en el Congreso que les permita gobernabilidad.

Durante el transcurso de esta carrera, seremos testigos de los ofrecimientos más increíbles que la imaginación humana pudiera crear. Unos nos ofrecerán cambiar el rumbo del país y así lograr que la economía —macro y micro— crezca como nunca antes se ha visto en la historia; eso sí, con el mismo modelo económico prevaleciente en el orbe y que no ha dado los resultados ofrecidos desde su instauración mundial hace casi 40 años. Otros dirán que, con su sólo arribo y por la fuerza de su autoridad moral, se acabará con la corrupción, la impunidad y el crimen ya que sólo basta que el Jefe de Estado sea “impoluto” y el resto del gobierno “seguirá su ejemplo”. Y algunos —los menos— darán un diagnóstico más realista y ofrecerán imponer sus talentos para abatir los grandes males nacionales, sin precisar los cómo. Eso sí, tarde o temprano, todos entrarán en tres condiciones inevitables: la denostación, la guerra sucia y los excesos de la mercadotecnia política.

Así los electores cautivos —que no somos otra cosa que clientes potenciales para la mercadotecnia política— seremos víctimas de anuncios televisivos, acusaciones, señalamientos, discursos interminables, promesas de bienestar que jamás llegarán, entre otras maravillas que son, prácticamente, imposibles de concretar. El bombardeo de información será incesante; la presencia de políticos en los medios será constante, y la grilla aflorará en la gente, como consecuencia misma de este proceso socio-político.

Hoy por hoy, los posibles candidatos mostrarán su mejor rostro; su oratoria más acabada y los trajes más adecuados a la aceptación de los electores. Su imagen será ensalzada por los magos de la imagen pública y, en su mayoría, dirán lo que su “target” de electores quiere escuchar y lo que le puede crear más adeptos para su “causa”. Dirán —y nos convencerán— que su dicho es la verdad y que, todo aquello que ofrecen, lo podrán cumplir, pese a lo inverosímil de sus ofrecimientos.

Previo a las jornadas electorales, es importante recordar que los graves problemas del país no se solucionarán con elegir a uno —o varios— personajes para que ocupen los cargos públicos. La elección es un medio para lograrlo, pero no es una solución por sí misma. Se requiere de planeación y estrategia, para con ello lograr cumpliendo metas a corto, mediano y largo plazo. No bastan los ofrecimientos mágicos ni las soluciones inmediata. La historia reciente nos enseñó que los conflictos sociales no se solucionan en 15 minutos; que la pobreza no se acaba con dádivas gubernamentales, y que la violencia no acaba con lanzar balazos a diestra y siniestra. Recordemos —sí— qué y quienes han ejercido el poder, como lo han ejercido y los resultados que han brindado.

@AndresAguileraM