Reflexiones de cuarentena: La ideología como quiebre de los movimientos

Los estragos que está generando la pandemia por el COVID-19, han ido más allá de una mera cuestión de salud pública. Por el contrario, han ido incrementándose con el paso de los meses, sin que se vea claridad y contundencia del gobierno para su atención. Los principales son —sin duda— los estragos y complejidades económicas que han surgido como consecuencia inevitable del freno a la dinámica social.

 En la colaboración anterior, se hizo referencia a una serie de datos que, con la frialdad y precisión de los números, muestran un panorama terriblemente complejo para México y su población. La disminución en la actividad comercial, la consecuente pérdida de empleos, la falta de estrategias eficientes de la intervención estatal de apoyos reales para aminorar estas situaciones, desgraciadamente, las hacen más profundas, lo que inevitablemente será un obstáculo para conseguir la ansiada y ofrecida transformación del país.

Al igual que como lo comenté anteriormente, uno de los principales frenos para que el gobierno —o cualquier movimiento político— pueda actuar y atender problemas que aquejan a la población es, precisamente, la perversión de la ideología, lo que implica una radicalización, fanatización y parcialización que, como lo ha demostrado la historia, no aportan sino limitan el desarrollo y la atención a los temas gubernamentales.

Ciertamente la ideología es consustancial a la política. Así se conocen y explican las diferencias entre personas y movimientos que buscan el poder. Sin embargo, su radicalización —que no es otra cosa más que su perversión— impide la posibilidad de diálogos fluidos y eficaces para el entendimiento y los acuerdos, lo que implica parálisis e ineficacia gubernamentales. En síntesis: se sobreponen modos y medios a metas y objetivos.

México, durante sus más de doscientos años como nación independiente, ha sido víctima recurrente de esta situación. Desde siempre, los enfrentamientos entre extremos ideológico-políticos han impedido la materialización de resultados en beneficio de la población. Ya sean los enfrentamientos entre liberales y conservadores; reaccionarios o revolucionarios; izquierdas y derechas, el resultado han sido limitados avances en el desarrollo económico y social del país.

Aún en los movimientos que se consideran unificados —como nos han querido presentar a la Revolución Mexicana—, la radicalización entre facciones y sus intereses, han impedido la consecución de sus objetivos. La Revolución se hizo por facciones con ideas e intereses diversos y, en muchas ocasiones, encontrados entre sí. Posteriormente, cuando el poder fue asumido por radicales —aún dentro de los vencedores— los descontentos no se hacían esperar y la subversión, la disidencia y el rompimiento, se hicieron presentes retrasando el desarrollo del país.

La única forma en que histórica y científicamente ha habido avances y desarrollo ha sido cuando se han preponderado el bienestar general sobre los dogmas ideológicos y las ambiciones facciosas. Sin embargo, cuando éstos se han radicalizado e impuesto, el resultado siempre ha sido un grave daño a la sociedad.

@AndresAguileraM